Opiniones de aquí y allá sobre música clásica, muchas veces a contracorriente, para que conozcan lo que opino algunos más que los amigos con los que me comunico directamente.
miércoles, 5 de septiembre de 2012
340 “Lieder” de Schubert grabados por EMI entre 1898 y 2012
EMI ha publicado un álbum de 17 CDs con 340 Lieder de Schubert grabados a lo largo de más de onde décadas, entre 1898 (¡!) y 2012. Estamos ante una publicación tremendamente esclarecedora y, por ello, interesante, pues recoge varias de las más antiguas grabaciones de lieder de Schubert conservadas: exactamente, desde 1898 hasta hoy mismo, 2012. No es un panorama completo, claro, pero nos permite hacernos una idea de la evolución de los modos de interpretación de estas páginas tantas veces excelsas, muchas de las cuales se repiten no pocas veces (la que más Erlkönig). Un hecho curioso: en las tres primeras décadas nunca o casi nunca se consignaba el nombre del pianista, lo que es muy significativo de la escasa o nula importancia que se le concedía; mientras tanto, son bastantes las ocasiones en que se traducía el texto original a la lengua del cantante (con resultados desastrosos) y en que se ofrecían versiones orquestales (casi siempre terribles, con una excepción: Erlkönig por Berlioz), lo que se debía de considerar de mucha más entidad.
Desde la óptica actual, los primeros cantantes estaban tremendamente despistados en el estilo (Minnie Nast cantando Heidenröslein, 1902; Abschied y Der Leiermann por Harry Plunket Greene, 1904 y 1934; Susan Strong en Die junge Nonne, 1907; Lev Sibiriakov en Der Wanderer o Der Leiermann, 1906 y 1910; Heinrich Hensel en Frühlingsglaube, 1910; Leo Slezak en Ständchen, 1907; Elise Elizza en Der Müller und der Bach, 1911; Frieda Hempel en Wohin? y Ungeduld, 1922-23; John MacCormack en Du bist die Ruh y Die Liebe hat gelogen, 1924 y 27; Aaltje Noordewier en Im Abendrot y Verklärung, 1929; incluso la magnífica voz de bajo de Alexander Kipnis en Erlkönig, 1936, etc.). Estos u otros cantaban muchas veces, técnicamente hablando, de forma hoy inadmisible: Marie Götze (Litanei, 1901), Lilli Lehmann (¡!) en Du bist die Ruh (1907), Ernst Wachter (Der Wanderer, 1902), Wilhelm Hesch (Der Kreuzzug, 1905), etc. Los pianistas, casi siempre anónimos, eran de pesadilla, lo mismo que las orquestaciones, como ya he dicho... En estos primeros discos del álbum tenemos numerosas oportunidades para escandalizarnos, a la vez que también –lo confieso– para reírnos a carcajadas.
Sin embargo, no todo era para echar a correr: en 1911 la mezzo Elena Gerhardt ya cantaba e interpretaba con sensatez An die Musik y Du bist die Ruh, con Arthur Nikisch (¡!) al piano. En 1939 le secundaba al teclado un temprano y aún no muy hecho Gerald Moore, que llegaría a ser pronto un insigne pianista de lied, sin duda el más grande de los especialistas. Hoy se nos abren las carnes al escuchar, todavía en 1927, a un Richard Tauber en tres lieder de Winterreise: lacrimógeno, operístico, ridículo. Tres años más tarde impresiona la contralto Sigrid Onegin (Das Lied im Grünen) anticipándose a Kathleen Ferrier. Y en cuanto al inmenso Feodor Chaliapin, Der Doppelgänger le suena (y no sólo por el ruso) a Boris y provoca nuestra sonrisa cuando lloriquea Der Tod und das Mädchen (1930), con grave final eructado. Lotte Lehmann y Elisabeth Schumann ponen, allá por los años 20 y 30, algo de sensatez en el panorama, pese a la grotesca orquesta de Geheimes. Lo mismo que el reputado Friedrich Schorr (Am Meer) en 1929. En los años 30 el conocido barítono Charles Panzera (Der Doppelgänger) y el reconocido tenor Karl Erb (Am See) continúan con los lloriqueos y muchas de las sopranos líricas o ligeras (desde Lotte Schöne o Ria Ginster a Victoria de los Ángeles y Arleen Augér) no se librarían en décadas de la cursilería.
Pero pronto nos encontramos con verdaderos hitos: a finales de los años 40 Elisabeth Schwarzkopf (con Gerald Moore y otros), de sensibilidad exquisita, en 1949 la línea de canto y nobleza de expresión admirables de Hans Hotter (con Moore), en 1950 el arte consumado de una voz poco grata (Peter Pears) con un pianista excepcional (Benjamin Britten)... y poco después, en 1951, las interpretaciones gloriosas, cantadas de modo jamás igualado, de un joven barítono berlinés de 26 años llamado Dietrich Fischer-Dieskau (también con Moore). La historia del lied nunca volvería a ser igual tras este artista que no sería alcanzado, ni de lejos, por ninguna otra voz masculina. Pero esta edad de oro en la interpretación del lied no se detiene en estos cuatro cantantes, sino que se prolonga en la bellísima voz y la noble línea de Kirsten Flagstad (en 1952, así mismo con Moore), en la temperamental Christa Ludwig, en la tan personal expresividad de Hermann Prey (ambos con Moore), en el privilegiado timbre de Fritz Wunderlich... 8 lieder más del mítico recital de Schwarzkopf con el genial Edwin Fischer (1952: ¡qué Auf dem Wasser zu singen o Die junge Nonne!), otros 16 con Fischer-Dieskau y el también grande Karl Engel en 1959... Además de éste, entran en acción otros admirables pianistas especializados en el género –Jörg Demus, Erik Werba, Geoffrey Parsons, Irwin Gage– y encontramos breves apariciones de otros grandes cantantes, más o menos conocedores del género: Julius Patzak, Irmgard Seefried, Elly Ameling, Nicolai Gedda, Walter Berry, Margaret y Leontyne Price, Brigitte Fassbaender, etc. Capítulo aparte merecen dos enormes cantantes e intérpretes de lied: Janet Baker (9 títulos memorables, con Moore, 1968-71) y Gérard Souzay (sólo en Der Lindenbaum, 1976), con un magnífico Dalton Baldwin.
Pero la edad dorada llega hasta esos años 70; después, al menos en el catálogo de EMI, los intérpretes de ese nivel escasean o simplemente no existen: en los 80, Lucia Popp, Jon Vickers o Arleen Augér no se elevan hasta esas alturas. La primera no supera cierta monotonía, la segunda (acompañada por Lambert Orkis tocando un cacharro al que el libretillo llama fortepiano) vuelve a caer en la ñoñería. Por no hablar de unos para mí insufribles Nancy Argenta y Ian Bostridge –incorpórea ella, refinadísimo hasta lo relamido él–. Se salvan los barítonos Thomas Allen y Simon Keenlyside, incluso ocasionalmente el tenor Christoph Prégardien. Y, sobre todo, Peter Schreier, que aborda en 1980 una Bella molinera excelsamente cantada, pese a las desabridas sonoridades del fortepiano de Steven Zehr, que desmerece al lado del gran tenor sajón. De 1989 es la grabación que el barítono Olaf Bär ofrece del Canto de cisne y otros tres lieder, muy bien cantados pero un tanto melifluos y carentes de drama. El álbum se cierra con un magistral Viaje de invierno a cargo, en 1997, de Thomas Hampson que, decidido seguidor de Dieskau, queda no demasiado por debajo del berlinés, junto a un en exceso contenido Wolfgang Sawallisch. En un CD ofrecido como bonus, Hampson conversa con el musicólogo Jon Tolansky sobre varios lieder del genial autor de la Sinfonía Inacabada. Los textos de los lieder pueden encontrarse en el CD 16º.
No querría terminar sin preguntarle a los partidarios a todo trance de las interpretaciones historicistas: para saber cómo se cantaría y se tocaría en la época de Schubert ¿nos fijamos en estas grabaciones de hace un siglo, las imitamos, seguros de que se aproximaban más a las fuentes que las de hoy?
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