Ayer lunes 5 acudió al Auditorio Nacional Sir Neville Marriner, que el 15 de abril cumplió ¡noventa años!, a dirigir la Orquesta de Cadaqués, a la que le une una especial relación, y les acompañó un, me parece, nuevo astro del piano, un joven de 23 años nacido en Nizhni Novgorod que ya graba para Universal. En el bienio 2009-2010 obtuvo el tercer premio en el Concurso Chopin de Varsovia, el primero en el Rubinstein de Tel Aviv y el primero y el gran premio en el Tchaikovsky de Moscú. Aunque habían anunciado el Primer Concierto de Chopin, tocaron el Segundo (en Fa menor, op. 21). Nada más empezar y tras una introducción orquestal modélica, se vio que Trifonov no es un pianista-virtuoso más, sino un artista con clase y personalidad, imaginativo y creativo. Su versión, despaciosa y paladeada, impecablemente tocada (bueno, hugo un desliz en el finale, lo cual le humaniza: no es una máquina), con un sonido lleno y hermoso, capaz de fuerza y de delicadeza, fue más introspectiva que sentimental, pero no careció en absoluto de expresividad y hasta tuvo instantes de sobria ternura (valga la paradoja) en el Larghetto. El Vals No. 1 de Chopin que tocó de propina fue sensacional por su caleidoscópica fantasía y por su excepcional belleza y sensibilidad: sencillamente asombroso. La labor de Marriner fue impecable, muy atenta y minuciosa, si bien en el Larghetto mantuvo la orquesta en un segundo plano excesivo). Muy bien la Orquesta, si bien el timbalero, un poco demasiado presente, no empastó bien con el resto.
Trifonov, que ya ha actuado con varias de las mayores orquestas del mundo (Viena, Chicago, Filadelfia, Boston, Dresde, Londres...) ha grabado el Primer Concierto de Tchaikovsky con Gergiev y la Orquesta del Mariinsky en el sello que lleva este nombre, un recital Chopin (Sonata 3, Andante spianato y gran polonesa, 3 Mazurcas, Vals 1, estudio 8, Rondó a la mazurca) en Decca y su programa de presentación en el Carnegie Hall (Scriabin, Liszt, Chopin y Medtner) en Deutsche Grammophon.
A modo de obertura, Marriner dirigió con mucho más que profesionalidad, con auténtico entusiasmo el breve poema sinfónico Catalonia de Albéniz, con el debido sentido folklórico, del que extrajo un colorido fascinante y que punteó con rasgos de humor muy acertados. La Orquesta le rindió ya con alto nivel.
La obra más comprometida para el conjunto catalán fue, sin duda, la maravillosa Cuarta Sinfonía “Italiana” de Mendelssohn. Lectura en extremo clásica, admirablemente analizada y desentrañada en su escritura orquestal, la sonoridad fue leve –sin llegar a pasarse–, flexible y con ese especial tono liviano y elástica articulación que solía extraer de las cuerdas de su Academy of St Martin in the Fields. La plantilla, casi camerística, fue bastante reducida (maderas y metales a 2, cuerdas 8/6/4/4/2). La Orquesta sonó muy entonada, con un grupo de arcos muy conjuntado y pulcro, maderas excelentes (sensacional la primera flautista) y metal correcto: trompas no del todo seguras, trompetas un poco demasiado destacadas. En el Andante con moto, algo rapidito, no hubo asomo de ese tierno lirismo mendelssohniano, ni las sombras con las que algunos directores tiñen el Con moto moderato (sobre todo su trio). El finale, lejos de ser arrebatado o impetuoso, recordó más bien la ligereza de ciertos scherzi de su autor.
Lo que menos me gustó (discrepo de la mayor parte del público: aplausos a rabiar) fue la propina, única obra que hizo sin partitura: una veloz y levísima obertura de Le nozze di Figaro en la que los arcos casi no tocaron las cuerdas: Marriner puro hasta a los noventa.
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