Parece que las compañías discográficas comienzan a valorar
en buena medida a Antonio Pappano, director que hasta no hace mucho grababa
solo para EMI. Hace poco han salido un CD suyo del sello Decca y otro de DG. Lo
cierto es que el maestro que ha alcanzado con toda justicia una alta reputación
en el campo de la ópera no siempre es tan fiable en el sinfónico (y en
particular en el concertante), como, entre otros ejemplos, muestran estos
discos. En lo que a él respecta, en estos conciertos y obras para solista y
orquesta queda bastante claro su acierto en Bartók y en Schumann, y su
llamativo desacierto en Brahms. Sin que haya lugar a dudar de su solvencia, el
compositor hamburgués le suena en el Concierto
para violín bastante liviano, tanto por la sonoridad (la orquesta romana
tampoco es ni de lejos la más idónea) como por una indudable falta de tensión,
lo que se aprecia sobre todo en el primer movimiento. Janine Jansen, que es una
violinista excepcional, dotada de una musicalidad fuera de lo común que la
convierten en una de las mejores cameristas de nuestro tiempo, no está tampoco
a su altura habitual, convenciendo mucho más por su lirismo que por su
intensidad dramática. Diríase que mendelssohniza
este gran Concierto, sin duda uno de
los más exigentes del repertorio. Mucho más centrada está en el juvenil Concierto de Bartók -con un intenso
lirismo y un precioso sonido que me recuerdan a Menuhin- donde puede afirmarse
otro tanto de una batuta mucho más en su elemento, en el podio de una
espléndida Sinfónica de Londres. Lo que me ha sorprendido es que las tomas de
sonido de Decca, sobre todo la de la capital italiana (ésta en público), no son
nada del otro mundo, algo poco excusable hoy.
En cambio, parece que a Pappano se hallase muy cómodo con
Schumann (CD de DG), pues tanto el Concierto
como, más aún, la Introducción y allegro
appassionato op. 92 están
dirigidos con entusiasmo, fluidez y un afecto lírico muy adecuados, sin buscar
una especial trascendencia o seriedad prebrahmsiana (características que, bien
enfocadas, pueden resultar también muy apropiadas en estas obras). La Introducción y allegro de concierto op. 134, con razón mucho menos
frecuentada, parece no despertar especial interés en sus intérpretes. Mención
especial merece el pianista canadiense de padres polacos Jan Lisiecki (n.
1995), sin duda un joven de extraordinario talento, dotado de un mecanismo
impecable, de un precioso sonido (no especialmente recortado o percutivo, algo
tan frecuente en los jóvenes, sino más robusto y aterciopelado) y de una
musicalidad sobresaliente. Su Schumann, nada pretencioso, persigue no tanto la
hondura como la belleza, sensualidad y vitalidad, resultando muy natural en su estrecha sintonía con la
batuta. Lo que me ha gustado menos es la propinilla: Ensueño, de las Escenas de
niños, algo banal, apenas poética. La verdad, esta breve pieza sobraba en
el disco.
Las recomendaciones más obvias para todas estas obras siguen
siendo las mismas: para Brahms Oistrakh/Klemperer (EMI 1961), Szeryng/Haitink
(Philips 1974), Perlman con Giulini (1977) y Barenboim (EMI 1992),
Mutter/Karajan (DG 1982)... Para Bartók, sobre todo Chung/Solti (Decca 1984) y
Midori/Mehta (Sony 1990), y para el Concierto
de Schumann, Arrau con Dohnányi (1963) y Colin Davis (Philips 1981),
Zimerman/Karajan (DG 1982) y Barenboim/Celibidache (1991, EMI y DVD EuroArts).
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