Beethoven
Con una sorprendente vitalidad, Herbert Blomstedt, el
director sueco-estadounidense próximo a cumplir los 89 años, ha venido a Madrid
en gira al frente de la Philharmonia londinense. Quien fue director de la
Filarmónica de Oslo, de la Sinfónica de la Radio Danesa, de la gran
Staatskapelle Dresden entre 1975 y 1985, y más recientemente de la Sinfónica de
San Francisco (que quizá alcanzó con él su edad de oro, edad que prosigue con
Tilson Thomas), ha destacado siempre como intérprete de varios de los grandes
clásicos del siglo XX, en particular de Sibelius y Nielsen, de Bartók o
Hindemith, en mi opinión más que de los grandes clásicos y románticos, a los
que sin embargo también ha cultivado con asiduidad.
Pese a los más que notables resultados de sus dos conciertos,
me parece una pena que no haya traído en los programas alguno de los grandes
compositores nórdicos en los que es destacadísimo especialista; Nielsen, poco
escuchado entre nosotros, habría sido ideal.
El primer día, 27 de abril, dirigió las Sinfonías "Pastoral" y Séptima de Beethoven.
Repitiendo las impresiones que ya me produjeron sus
grabaciones de ambas en Dresde, la Sexta
fue para mí casi sin cesar demasiado presurosa (41' pese a las repeticiones).
Fue una versión muy cuidada, delicada, de enfoque en los dos primeros
movimientos bastante camerístico -pese al amplio dispositivo orquestal-, que no
cayó en delicuescencias ni mucho menos en frivolidades, pero un tanto libre en
los enlaces de ciertas transiciones a la vez que un poco rígida en el fraseo,
al que faltó vuelo y poesía. El sonido rústico, algo rudo, de las trompas,
puede ser adecuado, aunque quizá resultó algo excesivo en ciertos momentos. Lo
que lo fue, y en grado sumo, fue la brutalidad del timbalero en la tormenta
(timbales arcaicos, que tampoco tienen que quedar mal, si no se les golpea con esa
saña). El finale, que puede tener mucho de espiritual, no fue tal, sino por el contrario una celebración de todo
punto terrenal.
La Séptima es para
mí la versión más lograda de su ciclo grabado en Dresde (Edel, 1975-1980), y
también fue similar aquí. Los tempi
fueron muy sensatos, incluso en el Allegretto,
que hizo más bien Andante (como a mí
más me gusta). Solo le achaco una cierta gangosidad al comienzo del trío del scherzo y, de nuevo, rudeza y violencia
pasadas de rosca en trompas y trompetas, y no digamos en los timbales (¿será
que Blomstedt ha perdido algo de oído, lo que sería normal a su edad? El caso
es que no lo parece, pues las cuerdas estuvieron magistralmente graduadas y
equilibradas entre sus diferentes grupos...) En resumen, una notable Sexta y una espléndida Séptima, pese a las reservas apuntadas.
Mozart y Bruckner
El día siguiente hizo una vital y casi exaltada Sinfonía 39 de Mozart en la que lo que
me gustó menos fue la rápida y casi brutal introducción, de nuevo con unas
trompetas excesivas y un timbalero descontrolado. Aunque en el Andante hubo introspección y hondura,
evitó toda anticipación de romanticismo (sin embargo, yo creo que haberla, háyla). Todo el resto de la
obra fue impecable, de libro. Ahora bien: gran oficio y seriedad musical, pero
ni asomo de genialidad (escúchese el sublime trío del minueto en la grabación
de Karl Böhm con la Filarmónica de Viena, DG 1979, para que se sepa a qué me
refiero. O la impresionante introducción que Barenboim hizo hace unos meses en
Granada, la vez anterior que escuché la 39
en concierto).
Creo que la más lograda de las cuatro sinfonías que dirigió
fue la Cuarta "Romántica"
de Bruckner, esa "trompetería de la que nadie se acordará de aquí a diez
años", como profetizó aquel crítico a raíz de su estreno (recordemos, en
1874, dos años antes de que Brahms presentase su Primera Sinfonía). Interpretación rigurosa, no muy personal pero
realmente admirable, con solo algún exceso que otro, pero por suerte solo
momentáneos -cómo no- en los timbales, magistralmente planteada, construida y
resuelta. Me hubiese gustado algún mayor énfasis en las trompas justo al final
del primer movimiento y algo más de tensión en el tremendo primer clímax al
comienzo del cuarto.
La orquesta, en excelente forma, es una maravilla: la cuerda
es una gloria, las maderas soberbias -destacaría al flauta Samuel Coles, mucho
más sonoro que el venerable oboísta Gordon Hunt, que parece haber perdido
volumen aunque no musicalidad- y sólido y brillante el metal, con una
jovencísima primera trompa, Katy Woolley, que tuvo (pese a un leve tropiezo en
el Andante) una actuación de una
seguridad, belleza y perfección memorables: sin duda, uno de los mejores
instrumentistas de trompa hoy.
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