Boulez
Escuchados a través de la transmisión vía internet de la propia Orquesta Filarmónica de Berlín (como lo fue el antes comentado con los Conciertos de Chopin por Barenboim), otras dos de estas veladas de 2009 han revestido gran interés: uno dirigido por el veterano Pierre Boulez y otro por el joven Gustavo Dudamel. Programas ambos con música del XX y el XXI.
Boulez ofreció una versión de la Música para cuerda, percusión y celesta de Bartók que, en mi opinión, mejora incluso su grabación (Chicago, D.G. 1996): la encuentro un punto menos cerebral que aquélla y en la misma medida un tanto más expresionista, más misteriosa, insondable e inquietante. ¡Magnífica interpretación! Fantástica la Orquesta, pese al ostensible y bastante prolongado desajuste en el 4º mov.
El Concierto para la mano izquierda de Ravel contó con Pierre-Laurent Aimard, pianista de sólida técnica que se ha convertido en uno de los mayores intérpretes de la música contemporánea. No me parece que alcance el mismo nivel en la música de la primera mitad del XX; aquí, por ejemplo, resulta un tanto cuadriculado y sin la potencia sonora y expresiva requerida. A pesar de su intención de resaltar la indudable modernidad de la obra, creo que a Boulez le ocurrió algo similar. Recuerdo, hace muchos años en Londres, una interpretación mucho más arrolladora, rica y convincente de este Concierto, a cargo de Andrei Gavrilov, Muti y la Philharmonia.
De propina, Aimard tocó de forma prodigiosa las cinco Notations para piano de las que luego se escucharían las versiones orquestales, mucho más desarrolladas: la afinidad que demostró es mucho más palpable que con la partitura raveliana.
Las inmensamente complejas desde el punto de vista de su escritura orquestal Notations I-IV y VII (una de las partituras de las dos o tres últimas más frecuentadas en grabaciones y en público) van calando en audiencias cada vez más amplias. A la interpretación del compositor, que es además un fantástico director, al frente de una Orquesta gloriosa, no pueden sino aplicársele todos los elogios. Aun así, resulta curioso compararlas con que las que Barenboim dirigió al frente de la Sinfónica de Chicago en Colonia el año 2000 (Núms. I-IV: DVD EuroArts): no me atreveré más que a decir que son apreciablemente diferentes.
Dudamel
Dudamel dirigió con dominio, precisión e inocultable entrega Glorious Percussion (2008) de Sofia Gubaidulina, admirable por su inagotable imaginación tímbrica, en la que a la Filarmónica berlinesa se sumó el precisamente llamado Glorious Percussion Ensemble, dotado de una técnica verdaderamente asombrosa. Así interpretada, la obra, de casi 40 minutos, se escucha ya la primera vez con gran placer y sin la menor fatiga.
Se necesita valor para montar un programa con ella cubriendo la primera parte, y ocupando la segunda otra obra del XX tan poco conocida como la Sinfonía 12 “El año 1917” de Shostakovich. Pero, aun así, Dudamel logró un gran éxito (¡con la Philharmonie al completo!). Pero no hay que engañarse demasiado: la Duodécima del ruso suena toda ella a música ya varias veces escuchada en otras obras del compositor, de un estilo ya periclitado (data de 1961, pero podría haber sido escrita medio siglo antes: es curioso, pero no se le suelen dirigir reproches por este motivo, cuando estamos hartos de oírlos a propósito de Strauss o de Rachmaninov) y ha sido programada por el venezolano a mayor lucimiento de la Orquesta (que estuvo increíble) y de él mismo, que dirigió con una garra y una efectividad apabullante una partitura cuyo mayor mérito es el efectismo y, sin duda, una orquestación de enorme pericia. Porque su afectada pretenciosidad sólo logra disimular una plena falta de auténtica profundidad. Es, qué duda cabe, mucho más fácil acertar y triunfar con una obra como ésta que con una sinfonía de Beethoven, de Schumann, Bruckner, Brahms o Sibelius. Y Dudamel se escuda demasiado a menudo en obras más resultonas que verdaderamente grandes. Así lo veo yo.
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