jueves, 29 de noviembre de 2012

El Tokio se despide (¿?) con un disco antológico de música camerística de Brahms

Podría tratarse del último disco, el disco de despedida del Cuarteto de Tokio, que está en vísperas de disolverse por razones de edad de sus miembros más antiguos: el 2º violín Kikuei Ikeda y el viola Kazuhide Isomura (los dos únicos componentes japoneses que quedan en él, tras varias sustituciones: el primero se incorporó al grupo en 1974 y el segundo es miembro fundador, o sea que lleva 43 años en él).
No hace falta recordar que el Cuarteto de Tokio ha sido, desde poco después de su formación, un conjunto de una perfección técnica apabullante y de una musicalidad de todo punto excepcional, con una adaptabilidad a los diferentes estilos que ningún otro cuarteto de las últimas décadas ha podido igualar.
Es curioso el tiempo que les ha llevado ser reconocidos en España como lo que son y han sido: una vez más han funcionado los tópicos (¿“unos japos los mejores intérpretes de Beethoven”?, etc.), que también han funcionado a favor de otros espléndidos cuartetos (el Alban Berg en primer lugar: ¡qué bien cae ese nombre!...)
Pero yendo al disco que nos ocupa: es un SACD (compatible con CD) de magnífico sonido de Harmonia Mundi (HMU 807558), con los dos más bellos Quintetos de Brahms, el juvenil de piano (Op. 34) y el crepuscular de clarinete (Op. 115). Agrupar dos obras tan admirables y tan diversas, entre las que median treinta años, ha sido un acierto, y lo es sobre todo atinar a más no poder con el ambiente de cada uno: la impetuosa, pletórica partitura con la que se (re)afirma como el principal continuador de sus grandes antecesores y la otoñal belleza, inmensa, de la obra de última época totalmente teñida de melancolía. Si el primero es el más hermoso quinteto con piano de la historia de la música (con permiso de “La Trucha” schubertiana, de diferente distribución), el segundo supera incluso a la más hermosa partitura camerística mozartiana (con la misma combinación) para convertirse en la cima de la música de cámara del hamburgués. Y, como decía Federico Sopeña, la pieza camerística más genial después de los últimos Cuartetos de Beethoven junto al Quinteto con dos cellos de Schubert.
Los Tokio ya habían grabado el Quinteto con piano, con Barry Douglas (RCA 1987), una interpretación memorable, acaso la mejor hasta ahora. Sí, hasta ahora, porque ésta de 2012, con un pianista para mí desconocido, Jon Nakamatsu, me resulta aún más satisfactoria. De entrada, el pianista posee un sonido más propiamente brahmsiano, y uno y otros han logrado calar más hondo aún en los recovecos de la partitura.
También el clarinetista, Jon Manasse, posee un sonido más brahmsiano, más idóneo que el famoso e imponente Richard Stoltzmann (de sonoridad algo incisiva) con quienes lo habían grabado hace 17 años, también en RCA: si aquella versión era excepcional por su perfección y claridad, ésta de ahora es más emocionante y conmovedora, transida de una amargura que no sólo transmite fielmente el estado de ánimo de un compositor que sentía no lejana la muerte, sino tal vez también la muerte o disolución de un cuarteto maravilloso, inolvidable, como es el de Tokio.




2 comentarios:

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  2. Me parece buena, muy buena, aunque carece de ese "algo más" tan especialmente emotivo de la última grabación. Y es una pena, porque Lluna es un clarinetista excepcional. Pero el mayor problema, para mí, de ese disco (por eso ni siquiera lo cité) es que está bastante mal grabado, algo muy poco frecuente en esos años.

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