Una ópera-oratorio
El coro “Va, pensiero” de la
ópera Nabucco es una de las páginas más universalmente conocidas de toda
la producción de Verdi, tanto como lo puedan ser el Brindis (“Libiamo”) de La
Traviata, “La donna è mobile” de Rigoletto o la Marcha triunfal de Aida.
Sin embargo, estas tres últimas óperas se representan mucho más frecuentemente,
y se han grabado en CD y filmado en DVD muchas más veces. ¿A qué se debe esto?
Aparte de la valía musical
indudablemente superior de estos tres últimos títulos, hay una razón poderosa
de orden práctico: la especial dificultad para interpretarla. Aunque es cierto
que no hay una sola ópera de Verdi fácil de cantar, ni mucho menos, es cierto
que Nabucco (Nabucodonosor) exige un barítono (el rol titular) y un bajo
(Zaccaria) de primera magnitud, un tenor (Ismaele) y una mezzosoprano (Fenena)
muy competentes, pero, sobre todo, una soprano muy, muy difícil de encontrar
que haga plena justicia al papel de Abigaille: una soprano “dramática de
agilidad” (casi una contradicción) con una voz potente, penetrante y una enorme
extensión. No cabe duda de que esta última circunstancia es en buena parte
responsable de lo poco que se representa Nabucco. Y es una lástima, pues
es, junto a Ernani (1844), Macbeth (1847) y Luisa Miller
(1849), una de las más logradas óperas de Verdi de las anteriores a la llamada
“trilogía popular” (Rigoletto, Il Trovatore, La Traviata).
Remontémonos a los comienzos de
Verdi: su primera obra escénica, Oberto, conte di San Bonifacio,
estrenada en La Scala de Milán en 1839, obtuvo un notable éxito, tanto como
para que Bartolomeo Merelli, el empresario del teatro milanés, le encargase
tres nuevas óperas a representar en los siguientes dos años. La primera debía
ser Il Proscritto, pero fue sustituida por Un giorno di regno
(1840), que fracasó rotundamente. Fueron varios los motivos, pero entre ellos
no sería el menor que el joven compositor no tenía un temperamento adecuado
para la comedia (y no volvería al género hasta medio siglo después, para
triunfar con su último título, Falstaff). La gran decepción, sumada a
las desgraciadas circunstancias personales del joven músico, le desmoralizaron
por completo, hasta el punto de que “llegué a la conclusión de que nunca más
volvería a componer” y le pidió a Merelli que le liberase de su compromiso.
Éste, sin embargo, le dejó una
puerta abierta: si cambiaba de opinión, le pedía que volviese a él,
prometiéndole un estreno. Un día, caminando Verdi por las calles de Milán, se
topó con el empresario y éste lo condujo a su despacho. Merelli había pedido a
Otto Nicolai (1810-1849, quien el año de su muerte completaría Las alegres
comadres de Windsor) que compusiese una ópera sobre el tema bíblico de
Nabucodonosor, pero rehusó el ofrecimiento. Y rogó a Verdi que leyese “el
excelente libreto de Temistocle Solera”; no tenía el menor interés, pero aceptó
por educación. Una vez en casa, el manuscrito cayó al suelo y “sin saber cómo,
mis ojos se fijaron casualmente en la estrofa ‘Va, pensiero, sull’ali dorate’.
Continué ojeando las frases siguientes, que me impresionaron mucho...
Firmemente decidido a no volver a componer, cerré la copia y me fui a dormir.
Pero Nabucco no se me quitaba del pensamiento. No pude dormir; me
levanté y lo leí entero, una, dos y tres veces”.
Aun así, fue a devolver el texto
a Merelli; éste no se lo aceptó y lo convenció para que se lo volviese a
llevar. La obstinación del empresario escalígero permitió no sólo que Verdi
compusiese Nabucco, sino que no se perdiese en un incierto limbo el
mayor operista italiano de todos los tiempos. Cuando Nabucco estuvo
lista y Verdi se lo comunicó a Merelli, la temporada 1841-42 de La Scala estaba
cerrada; aun así, consintió en añadirla y pudo estrenarse el 9 de marzo de 1842.
Con un éxito arrollador. ¡Verdi había vuelto a la ópera y era seguro que
seguiría dedicándose a ella toda su vida; una existencia tan dilatada que vio
nacer otros 25 títulos!
El triunfo de Nabucco, que
alcanzó 57 representaciones en cuatro meses –algo jamás ocurrido hasta entonces
en la historia de La Scala– se debió, sí, a su poderosa música, pero sobre todo
a motivos políticos, pues el público leyó en clave italiana la opresión que en
la ópera sufrían los hebreos. Pronto se ofreció también en Parma, Bolonia,
Verona y Módena (con el papel de Abigaille siempre cantado por Giuseppina
Strepponi, la futura esposa del compositor). Pero no sólo triunfó en Italia,
pues en 1843 se representó en Alejandría, Viena y Lisboa, en 1844 en Barcelona,
Berlín, Stuttgart y Malta, un año después en París, Hamburgo, Marsella y Argel,
y al siguiente en Copenhague, Constantinopla, Budapest y Londres. En 1848 llegó
a Nueva York. El nombre de Verdi se hizo conocido en numerosas latitudes.
Pocas veces un exitoso estreno
habrá ocurrido contra tantas circunstancias adversas: Merelli tardó en
decidirse a incluir Nabucco al final de la temporada 1841-42, pues
quería a toda costa dejarla para la siguiente; cuando finalmente aceptó, no
quiso gastar más en decorados ni trajes, reaprovechando lo que ya había en el
almacén; los ensayos fueron tan insuficientes que todos temían un descalabro en
la primera función. Sin embargo, al final del Acto I se produjo ya un gran
alboroto de aplausos... que Verdi tomó en el primer momento como sonora
protesta. Al término de la ópera, las llamadas reclamando a Verdi y a los
cantantes fueron interminables. Las críticas también fueron pródigas en
elogios; abundaron en adjetivos como “grandioso”, “severo”, “solemne” o
“conmovedor”. Aun así, el autocrítico Verdi efectuó diversos cambios y retoques
en la partitura, el más llamativo la supresión del aria en la que la vida de
Abigaille se extingue.
Estructurada en cuatro actos o “partes”, la ópera se
basa en textos bíblicos, particularmente en Jeremías, y a ello se debe
el cierto aire estático, oratorial, que también la nimba (como ocurriría 35
años más tarde con Samson et Dalila de Saint-Saëns); pero ello no le
resta dramatismo, pues esta cualidad era consustancial a Verdi, como salta a la
vista incluso en su Misa de Requiem. La acción comienza el año 586 a.
C., cuando el rey babilonio Nabucodonosor II invade Judea, destruye el templo
de Jerusalén y deporta a los hebreos a Babilonia. Los personajes, sin embargo,
son –salvo el del rol titular– ficticios, si bien Zaccaria tiene no poco del
propio profeta Jeremías. Ismaele, Fenena y Abigaille fueron extraídos por
Solera del drama Nabuchodonosor (1836), de Auguste Anicet-Bourgeois y
Francis Cornue.
La primera parte de Nabucco se titula
“Jerusalén” y transcurre en el interior del templo de Salomón. La Obertura, que
posee una fuerza si se quiere elemental pero tremendamente verídica y efectiva,
recopila los principales temas que van aparecen a lo largo de la ópera. Recoge
influencias, como otros números de la ópera, de Moïse et Pharaon (1827)
de Rossini y de Norma (1831) de Bellini. De marcado aire marcial, es una
de esas páginas que hace tiempo estaba bien visto tachar, sin muchas
contemplaciones, de “vulgares” y charangueras, sin reparar en que esa supuesta
vulgaridad es en realidad una sencillez e inmediatez que conectan directamente
con el pueblo; de eso mismo se puede acusar –y así se ha hecho– no sólo a
muchas de las piezas más admirables de Verdi, sino incluso a otras de
Beethoven. Los dos enormes compositores comparten obras (piénsese, sin ir más
lejos, en la Quinta Sinfonía de éste) que llegan muy directamente a
grandes audiencias.
Es destacable el coro que sigue, “Gli arredi festivi”, masculino y guerrero al principio y más suave, femenino, después. Zaccaria, gran pontífice de los hebreos, hace su aparición junto a la indicación “Largo grandioso”, más tarde “Andante maestoso”, que describen a la perfección su carácter. A la cavatina “D’Egitto là sui lidi” sigue la cabaletta de rigor, “Come notte a sol fuggente”: ambas ponen a prueba a todo bajo, por poderosa, extensa y educada que sea su voz. La más bien convencional escena de amor entre Ismaele y Fenena, “Fenena!... O mia diletta!”, es interrumpida por la súbita aparición de Abigaille, uno de los personajes femeninos más insaciablemente ambiciosos y fieros de Verdi; el dúo se convierte en terzettino. Alarmados por el avance de las tropas de Nabucco, los hebreos reaparecen (“Lo vedeste?”) antes de que el rey babilonio irrumpa en escena sobre la correspondiente marcha escuchada en la obertura, dando comienzo al primo finale (número conclusivo de la primera parte), en el que Verdi tiene oportunidad de demostrar su precoz dominio de los episodios concertantes: a las a menudo estereotipadas fórmulas heredadas les insufla fuerza, dramatismo y tensión.
Es destacable el coro que sigue, “Gli arredi festivi”, masculino y guerrero al principio y más suave, femenino, después. Zaccaria, gran pontífice de los hebreos, hace su aparición junto a la indicación “Largo grandioso”, más tarde “Andante maestoso”, que describen a la perfección su carácter. A la cavatina “D’Egitto là sui lidi” sigue la cabaletta de rigor, “Come notte a sol fuggente”: ambas ponen a prueba a todo bajo, por poderosa, extensa y educada que sea su voz. La más bien convencional escena de amor entre Ismaele y Fenena, “Fenena!... O mia diletta!”, es interrumpida por la súbita aparición de Abigaille, uno de los personajes femeninos más insaciablemente ambiciosos y fieros de Verdi; el dúo se convierte en terzettino. Alarmados por el avance de las tropas de Nabucco, los hebreos reaparecen (“Lo vedeste?”) antes de que el rey babilonio irrumpa en escena sobre la correspondiente marcha escuchada en la obertura, dando comienzo al primo finale (número conclusivo de la primera parte), en el que Verdi tiene oportunidad de demostrar su precoz dominio de los episodios concertantes: a las a menudo estereotipadas fórmulas heredadas les insufla fuerza, dramatismo y tensión.
La segunda parte, “El impío”, transcurre en
estancias del palacio real de Babilonia. Comienza con la gran y tremenda –en
todos los sentidos– escena de Abigaille, de una dificultad pavorosa para esa
referida soprano drammatica d’agilità, que aquí requiere además una
desusada extensión y un temperamento volcánico; probablemente la parte más
exigente de todo el difícil catálogo verdiano, Lady Macbeth incluida. Al
escarpado recitativo “Ben io t’invenni” sigue la calmada y dulce aria “Anch’io
dischiuso un giorno” (la malvada también esconde un corazón sensible), para
desembocar de nuevo en la alterada “Chi s’avanza?” y en la breve pero
endemoniada a modo de cabaletta “Salgo già del trono aurato”. El
contraste es extremo con la subsiguiente plegaria de Zaccaria, que canta sobre
el fondo de seis extáticos violonchelos, “Tu sul labbro de’ veggenti”, otro de
los grandes aciertos de la ópera: como alguna vez se ha señalado, hay en ella
reminiscencias de La Creación de Haydn, que Verdi había dirigido en Milán.
Tras esta preghiera se produce la discreta intervención a solo de
Ismaele, “Il Pontefice vi brama”: la presencia del tenor en Nabucco es
ciertamente menor. El secondo finale es más fluido, contrastado,
dramático y en definitiva logrado aún que el anterior.
El coro inicial (“È l’Assiria una regina”) de la tercera
parte, “La profecía”, que transcurre en los jardines del palacio y a las
orillas del Éufrates, describe un poco trivialmente la placentera situación
alcanzada por Abigaille. Sigue un amplio, tenso y excelente dúo entre ésta y
Nabucco, “Donna, chi sei?”, que se anticipa a este tan querido diálogo verdiano
entre padre e hija, que en títulos posteriores alcanzará cotas memorables.
Nueva muestra del desusado protagonismo del coro en esta ópera es “Va,
pensiero”, inmensa y justamente famoso, hasta llegar a convertirse en oficioso
himno de Italia; precisamente su celebridad puede ocultarnos su extraordinaria
belleza e intensidad expresiva, logradas mediante procedimientos tremendamente
sencillos. Otra escena de Zaccaria, un recitativo seguido de la profezia
“Del futuro nel buio discerno”, cierra el acto con solemnidad, grandiosidad y
elocuencia.
La última parte, “El ídolo caído”, discurre en una
estancia y en los jardines del palacio y concentra la mayor parte de la
intervención de Nabucco, el primer gran papel escrito por Verdi para barítono,
voz que quizá nadie en toda la historia de la música ha tratado con tamaña
riqueza. En el recitativo inicial, “Son pur queste mie membra!”, el aria, “Dio
di Giuda!” y la cabaletta, “O prode miei”, que siguen, Verdi se eleva a
cotas desconocidas en cualquier ópera italiana de las décadas anteriores, en lo
que se refiere al tratamiento vocal y psicológico de un personaje baritonal.
Una marcha fúnebre que anuncia la
ejecución de Fenena (que no llega a producirse) abre el finale,
abreviado con acierto por Verdi y que describe, concisamente pero con hallazgos
tímbricos y sincera emotividad, el fin de la arrepentida Abigaille. Parecía que
la ópera iba a terminar disolviéndose suavemente, pero en los últimos compases
el coro de hebreos y Zaccaria alzan la voz, cediendo Verdi así a la tentación
de un final innecesariamente efectista.
Discografía de Nabucco
Nabucco/Abigaille/Zaccaria/Fenena/Ismaele
1949 Gino Bechi/Callas/Luciano Neroni/Amalia Pini/Gino Sinimberghi
Opera d’Oro Gui/Coro y Orquesta del Teatro San Carlo,
Nápoles
1961 McNeil/Rysanek/Siepi/Elias/Eugenio Fernandi
Sony Schippers/Coro y Orquesta del Metropolitan, Nueva York
1961 Bastianini/Mirela Parutto/Ivo Vinco/Anna Maria Rota/Luigi
Ottolini
Walhall Bartoletti/Coro y Orquesta del Teatro Comunal
de Florencia
1966 Guelfi/Suliotis/Ghiaurov/Gloria Lane/Gianni Raimondi
Opera d’Oro Gavazzeni/ Coro y Orquesta de La Scala, Milán
1966 Gobbi/Suliotis/Carlo Cava/Dora Carral/Bruno Prevedi
Decca Gardelli/Coro y Orquesta de la Ópera Estatal de Viena
1978 Manuguerra/Scotto/Ghiaurov/Obratzsova/Luchetti
EMI Muti/Coro Ambrosian Opera/Orquesta Philharmonia
*1979 Milnes/Bumbry/Raimondi/Viorica Cortez/Cossutta
¿? Santi/Coro y Orquesta de la Ópera de París/Henry Ronse
1983 Cappuccilli/Dimitrova/Nesterenko/Valentini Terrani/Domingo
DG Sinopoli/Coro y Orquesta de la Ópera Alemana, Berlín
*1987 Bruson/Dimitrova/Burchuladze/Raquel Pierotti/Bruno Beccaria
NVC Muti/Coro y Orquesta de La Scala, Milán/Roberto de Simone
*2001 Pons/Guleghina/Ramey/Wendy
White/Gwyn Hughes Jones
DG Levine/Coro y Orquesta del Metropolitan, Nueva York/Elijah
Moshinsky
*2001 Nucci/Guleghina/Giacomo Prestia/Domashenko/Miroslav Dvorsky
TDK Luisi/Coro y Orquesta de la Ópera Estatal de Viena/Günter
Krämer
*2012 Nucci/Dimitra Theodossiou/Riccardo Zanellato/Annamaria
Chiuri/Bruno Ribeiro
C Major Michele Mariotti/Coro y Orquesta del Teatro Reggio, Parma/Daniele
Abbado
*2015 Domingo/Monastyrska/Kowaljow/Marianna Pizzolato/Andrea Carè
Sony Nicola Luisotti/Coro y Orquesta del Covent Garden,
Londres/Daniele Abbado
Perdón: por un error, se habían "perdido" en un comienzo las cuatro últimas grabaciones de Nabucco, todas ellas videográficas.
ResponderEliminarAdelantándome a quien pueda preguntar qué versiones me gustan más: en CD, Muti (la mejor dirigida de todas) y Sinopoli (que iba a haber contado con Caballé como Abigaille, elección que se frustró). En DVD, la de Luisi está muy bien, y mejor aún la de Luisotti (también en Blu-ray).
Adorno, Abbado, Giulini y Benois sobre el genial Furtwängler:
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=ZfXHJbdJTHg
Tengo entendido que el estreno americano se produjo en 1914 en el Teatro Colon con Tullio Serafin en el podio y Carlo Galeffi en el rol principal
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