Franz Schubert: “En esas modulaciones a menor parece que, de pronto,
se ha nublado el sol; la melodía sigue siendo esencialmente la misma, no ha
perdido su encanto, pero al encanto se ha unido la nostalgia. Y es que en
Schubert la tristeza, siempre bella, es casi una necesidad. O los cromatismos o
pasajes de notas muy parecidas unos a otros que nos sumergen en una atmósfera
de vaga incertidumbre o de encantadora ensoñación. Y en todo caso la sencilla y
natural ternura. La música de Schubert rehúye lo antinatural, lo intencionadamente
complicado y sofisticado; pero es la suya una naturalidad radicalmente incapaz
de la vulgaridad. En él nunca la hay, por sencillas que sean sus frases y por
populares que sean sus temas. Era, siempre, un poeta”. “Si Mozart tuvo algo, aunque
indescifrable, de eterno niño, Schubert lo tuvo -indescifrable también- de
eterno adolescente”. [Tras su crisis de a partir de 1822], “al Schubert
ensoñador de su juventud sucede ahora otro más amargo, más crispado, incluso
carente de esperanza”. Completamente de acuerdo.
Una afirmación
curiosa de Comellas, que no estoy seguro de compartir: “Es curioso: se puede
adivinar a Johannes Brahms escuchando a Robert Schumann,
y no al contrario (como se puede adivinar a Beethoven escuchando a Haydn, y no
al contrario)”. Lo veo más claro en lo que se refiere a estos últimos.
“Brahms es un
romántico que no se deja conducir por su propia pasión, sino que la conduce
(sin que la pasión deje de ser tal)”. ¡Exacto!
Comellas cuenta esta anéctoda, que ya conocía yo: “En
una ocasión, oyendo hablar a alguien de la música de Anton Bruckner,
saltó Brahms en uno de sus momentos de acidez: ‘¿Llamáis música a esa ridícula
trompetería? Dejadme que me carcajee; en pocos años nadie se acordará de
ella…’”. Lo que yo desconocía era que, al enterarse, Bruckner dijo: “Él es
Brahms. Yo soy Bruckner. Prefiero mis obras. Aquel que desee recrearse en la
música debe inclinarse por Brahms, pero aquel que desee ser transportado por la
música a otras esferas, deberá buscar en otra dirección”.
Otra anécdota que tampoco conocía yo: “La indicación
para el Te Deum de Bruckner ‘para coro, solistas vocales y orquesta’ la
sustituyó Gustav Mahler, que idolatraba a Bruckner, por esta otra: ‘para
voces de ángeles, seres en busca de Dios, corazones atormentados y almas
purificadas por el fuego’”.
“Grandiosidad, fuerza, complejidad asombrosa en el
ensamblamiento de sonidos; pero también una naturalidad total, que se resuelve
con frecuencia en los gesangperioden, esas melodías que nadie espera y
que lo envuelven todo en paisajes no contaminados. Esta combinación, que con
frecuencia es una alternancia entre construcciones ciclópeas y melodías de una
sencillez que no parece de este mundo, entre lo elevado y lo natural, es una de
las características más distintivas de la música de Bruckner”. “La técnica de
yuxtaposición [en lugar de la clásica de coordinación y subordinación] en
absoluto supone falta de capacidad para la modulación tonal; al contrario,
Bruckner es uno de los grandes moduladores de todos los tiempos. Pero no suele
emplear la modulación para pasar de un tema a otro, sino que cada uno aparece,
por decirlo así, sin previo aviso. Su construcción no es la preceptiva o
simétrica, aunque sí rigurosamente lógica”. Me parece que Comellas, una vez
más, lleva razón.
Podría seguir y seguir reproduciendo párrafos muy atinados
y penetrantes de este musicólogo, pero también quiero señalar algunas extrañas
ausencias de su libro: al tratar de Felix Mendelssohn se centra en su
música orquestal, sin dedicar mención alguna a sus oratorios ni a su música de
cámara o de piano (¡las Romanzas sin palabras!).
En relación a Antonin Dvorák (¡al que dedica no
más espacio que a Smetana!) se limita a hablar de sus Sinfonías, pero no hace referencia
alguna a su música de cámara ni al Concierto para violonchelo.
Comellas hace suya la afirmación de otro musicólogo: “Piotr
Ilich Tchaikovsky es fácilmente percibido y comprendido por las
almas sencillas, mientras que muchos críticos musicales le tachan simplemente
de sensiblero sin llegar en realidad a comprenderlo”. Y añade por su parte:
“Los ignorantes serían en este caso más sabios que los sabios. No porque los
sabios carezcan de capacidad para analizar la música, sino para tomar
conciencia del fondo de sinceridad y entrega que subyace” bajo las notas. Le
doy la razón.
“Edvard Grieg sabe demostrar que lo sencillo y
natural puede encerrar también valores de una belleza inmarchitable. El terreno
propio de Grieg es el lírico. Algunas de sus elegías, como Corazón herido
o La última primavera [precisamente las Dos melodías elegíacas, op. 34]
parecen llegar en su capacidad evocadora hasta donde es dable alcanzar a la
inspiración humana”. Siento acerca de ellas lo mismo que Comellas: la
primera vez que las escuché me conmovieron hasta lo más hondo; sensación que
persiste cada vez que las vuelvo a escuchar, sobre todo a Barbirolli.
En su recorrido por la música francesa del siglo XIX,
habla de Berlioz, de Gounod, de Franck, de Saint-Saëns y de Fauré, pero ni
menciona a Jules Massenet. Y al tratar de los compositores
escandinavos, se ocupa de Grieg y de Sibelius, pero no dice ni pío de Carl Nielsen.
También comete algunos errores, realmente extraños:
atribuye a Modest Mussorgsky dos óperas que no son suyas, sino de
Dargomijsky: Esmeralda y El convidado de piedra. O al afirmar que
Nikolai Rimsky-Korsakov compuso cinco óperas, cuando en realidad fueron
una veintena, de las cuales al menos dieciocho han subido a los escenarios.
En todo caso, en mi opinión, este libro merece la pena,
sin duda, conocerlo.
Sobre las ausencias que comentas, Ángel, creo que en lo que respecta a los compositores nórdicos eso se debe a la época en que se escribió esta publicación. Creo que muy posiblemente un autor actual de un libro sobre Historia de la Música habría escrito ampliamente sobre Nielsen, pero hace casi treinta años no era tan habitual, supongo, escuchar en España obras de este autor…, como no fuera la sección central del primer movimiento de la Quinta Sinfonía, que debió de sonar bastante en la televisión a finales de los ochenta, según tengo entendido.
ResponderEliminarY respecto a lo que dices del poco espacio que se dedica a Dvorák, me permito traer a la palestra una opinión interesante de nuestro amigo David Hurvitz, el crítico youtuber, que suele decir que a su juicio Antonin Dvorák es seguramente el músico más completo de la segunda mitad del siglo XIX, en el sentido de que abarcó más géneros que ningún otro compositor de su época y en todos dejó obras importantes. Interesante…
Sí, la razón de la ausencia de Nielsen -como la de Janácek- es la que apuntas. Es hasta cierto comprensible, pero quería señalarla para que ningún posible lector se sorprendiera.
EliminarY en cuanto a Dvorák, no se puede afirmar que fuese el mayor compositor de la segunda mitad del XIX -ahí están Wagner, Bruckner, Brahms y Verdi-, pero sí, entre los "grandes", uno de los más panabarcativos, sin olvidarnos de Tchaikovsky. Pese a que ni uno ni otro destacaron grandemente en la producción para piano solo.
La TVE usó mucho la marcha con la caja de la 5 de Nielsen como fondo a la primera guerra de Irak. Que yo recuerde por esa época Galduf estrenó en Valencia esa 5 con la OV que sorprendió un poquito al poquísimo auditorio que por esa época iba a los conciertos. No recuerdo que en Madrid se hiciera Nielsen. Incluso ahora se frecuenta poco. Y no se suele entender. Hace poco hicieron aquí la Inextinguible, lleno hasta la bandera de abonados, y el público andaba desconcertado hasta que llegaron los timbales estereofónicos y la gente entró en materia.
EliminarSobre Chaikosky opino algo diferente. El aficionado primerizo que escucha y gusta del mismo resulta que se suele anclar en ese compositor. Los demás o no los entiende, por no ser tan asequibles, o no le son tan amigables.
Si un músico culto lo critica lo que debería hacer es ponerse a escribir, o a escuchar, un ballet de los suyos.
(Igual me detienen pero ese síndrome de ligazón exclusiva con Chaikoski lo observé sobre todo en amigas. ¡Perdón!)
Sí, hay aficionados que no pasan de Tchaikovsky y de algunos otros compositores que entran fácilmente a la primera. Pero eso no descalifica a esos compositores. O a esas obras, entre las que está nada menos que la Quinta Sinfonía de Beethoven.
EliminarNo lo minusvaloro, ni mucho menos. Llegar al público es una virtud que muchos compositores envidiosos rechazan. Aparte de que tiene muchas otras virtudes.
EliminarSiguiendo ese hecho lo que siempre recomiendo a aficionados, aficionadas, mas jóvenes es que no empiecen en la clásica por Chaikosky.
No tengo ni idea de lo que se hace ahora en la enseñanza media pero es un período donde mas que historia de la música deberían aprender a escuchar y analizar música. Como "ver" los cuadros. Los temas, los acompañamientos, las formas, la intrumentación, etc. No se neceswita tanto tiempo para poner en sus manos este criterio. Y luego, si quieren , que escuchen.