BelAir ha publicado hace poco un DVD y Blu-Ray a priori muy interesante, pues contiene las coreografías originales del primer y el tercer grandes ballets de Stravinsky: El pájaro de fuego (de Fokine) y de La consagración de la primavera (de Nijinsky). Están a cargo del Ballet y la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, con Valery Gergiev como director musical.
Mi decepción ha sido grande, al margen del interés que tiene conocer dos coreografías históricas, con sus decorados y vestuario reconstruidos. Sin ser, que no lo soy ni mucho menos, un experto en ballet, parece claro que El pájaro de Fokine conserva casi intacto su encanto, y hasta su belleza. Pero ¡qué desilusión con la creación coreográfica del colosal bailarín en Le sacre! Parece que estuviéramos viendo Las bodas, o algún otro ballet basado directamente en el folklore ruso antiguo, con inocultables toques de gimnasia rítmica de espectáculo de fin de curso en un colegio. Pero con la áspera, ancestral y hasta brutal música de Le sacre no cuadra en absoluto esta coreografía, este vestuario, esta escenografía que no dejan de parecer ñoños y rancios.
La filmación es de notable calidad: correcta realización y una imagen estupenda en el Blu-Ray, si bien el sonido no está a esa altura. El Ballet del antes llamado Kirov creo que no atravesaba en esta función un momento muy brillante, la verdad; con la salvedad de alguno de los bailarines solistas.
Pero... ¿y Gergiev y su orquesta? Pues, dicho en dos palabras: ¡rematadamente mal! Llevo años leyendo críticas que afirman que Gergiev es un genio, etc., etc. Yo no lo veo por ninguna parte; más bien me parece un director casi siempre de brocha gorda y muy efectista. En las obras rusas desconocidas o casi puede dar el pego, pero en las que son grandes y bien conocidas no suele “pasar la ITV”. Sean su Boris Godunov petersburgués o las últimas Sinfonías de Tchaikovsky (grabadas con la Filarmónica de Viena, nada menos). Por no hablar de incursiones en Wagner (¡qué escenas de Parsifal tan erradas!), Verdi (¡vaya impresentable Requiem!) o Puccini (su despistado Turandot de Salzburgo): los espíritus de Wagner, Verdi y Puccini simplemente brillan por su ausencia.
¿Y aquí, en estas dos obras de repertorio que montones de directores no rusos han bordado? Pues que el moscovita queda muy lejos de esos “extranjeros”: en El pájaro, si acaso, posee un cierto sentido del color orquestal, sirviendo aquí y allá con justicia a la rica paleta stravinskiana. Pero poco más puede decirse en su favor. Y en cuanto, por ejemplo, a la “Danza infernal de Katschei”, los músicos –nada del otro jueves la a veces tan cacareada orquesta– se hacen bastante, perdón por la expresión, la picha un lío. Lo que no es de recibo.
Pero La consagración es aún peor: banal, vulgar, casi chabacana; sin garra, sin ímpetu, sin inexorabilidad rítmica. Y la orquesta, a todas luces insuficiente, intenta patéticamente tapar sus carencias a base de porrazos feos y mal dados de timbales y bombos.
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