Me atrevo a pronosticar que el disco que acaba de publicar
Deutsche Grammophon con las dos últimas Sonatas
de Schubert por Krystian Zimerman va a recibir una catarata de aplausos de
numerosos críticos y aficionados. Pero mucho me temo que se va a deber más al
nombre del pianista polaco y a la cada vez mayor distancia temporal existente
entre sus nuevos discos. Ya se sabe que ser raro
y grabar poco está premiado por la opinión de mucha gente (ahí está, por ejemplo,
el caso de Carlos Kleiber).
Creo que el disco que se acaba de publicar, grabado en Japón
con especial nitidez y transparencia, pero con cierta sequedad y falta de
reverberación, deja ver algunos aspectos algo inquietantes del arte de quien ha
sido (¿lo sigue siendo?) uno de los pianistas más importantes del mundo. La
naturalidad y la fluidez que Zimerman mostró en su grabación de los 8 Impromptus allá por 1991 (varios son
versiones magistrales) han dado paso aquí a un discurso algo forzado, menos
espontáneo, a un sonido casi siempre más recortado (¡esa obsesión por la limpieza a toda costa de muchos
pianistas, incluso de algunos muy grandes!). En una entrevista contenida en el libretillo (que, por cierto, carece de
comentario sobre las obras) Zimerman afirma algo que me ha extrañado mucho:
sobre un piano normal ha preparado él mismo un teclado con objeto, al parecer,
de aligerar un tanto el peso del sonido. Porque, explica, "en los grandes
pianos modernos de cola las numerosas notas repetidas de Schubert corren el
riesgo de sonar a Prokofiev". La verdad, no lo entiendo: ¿a qué gran
intérprete de Schubert le ha sonado este alguna vez a Prokofiev? No se me
ocurre ningún ejemplo. Y es más: diría que precisamente Zimerman, con ese
sonido recortado y algo seco puede que se acerque aquí en ocasiones un poquito
más a Prokofiev que los Richter, Brendel, Barenboim o Leonskaja.
La Sonata No. 20, en
La mayor, D 959, discurre bien hasta la sección central del Allegro inicial (a partir de
7'22"), en que el tempo se acelera indebidamente. En el Andantino las
notas aparecen muy separadas, breves e inconexas. La turbulenta sección central
sí es abiertamente admirable. El scherzo
es rapidísimo, banal y casi frívolo. Y en el final, Allegretto, la tormentosa sección del desarrollo no está muy bien
resuelta ni imbricada en el devenir del movimiento. En los acordes finales se
aprecia bien cómo el sonido carece del debido cuerpo y de la debida
redondez.
En la Sonata No. 21, en
Si bemol mayor, D 960, encuentro, de nuevo, multitud de pasajes y frases
que denotan al gran pianista, pero así mismo una falta de unidad y de
continuidad en el discurso que no son propias de un músico que lo sea. En el Molto moderato inicial, en el que hace
-me parece muy conveniente aquí- la repetición, recurre a un contraste excesivo
en el tempo entre unas secciones y
otras -con lo que claramente se resienten las más rápidas- y un abuso
manifiesto de los silencios, que son necesarios pero no están bien calibrados,
pues se llega a perder el hilo en varias ocasiones. Las numerosas repeticiones
de frases o temas no logran variedad de acentos en las diferentes ocasiones en
que se presentan: esto es, en mi opinión, una enorme dificultad a la hora de
interpretar a este compositor. En el Andante
sostenuto vuelve a aparecer el problema señalado en el movimiento lento de
la D 959: notas pulsadas muy
brevemente, recortadas, que dan la sensación de que la música no fluye, sino
que surge un poco a trompicones. Muy bien, sin nada de particular, el scherzo, y de nuevo con silencios
injustificadamente prolongados el Allegro
ma non troppo final, de contrastes también un poco forzados.
En la entrevista Zimerman hace alguna otra afirmación
sorprendente: que en estas dos postreras Sonatas
Schubert "introduce procedimientos radicalmente nuevos" y que
"comparadas con sus Sonatas anteriores, casi podría imaginarse que son de
otro compositor". Aunque Schubert no dejó de innovar, no soy capaz de
apreciar en la D 959 y 960 giro radical alguno -parece
menospreciar las anteriores, entre las que se cuentan media docena de obras
maestras enormemente personales y originales-, y desde luego ningún conocedor
de Schubert podría atribuir las dos últimas Sonatas a ningún otro compositor: ¿a quién?
¿A Beethoven, a Mendelssohn, Schumann, Liszt o Brahms? De ningún modo. Es una lástima, pero me temo que la mejor etapa de este
pianista de 60 años ha quedado atrás. No creo que se trate de un tropezón...
después de tantos años de silencio gestando, preparando este disco.
Hola, Ángel, quería preguntarte que te parece la integral de la especialista austriaca Ingrid Haebler.
ResponderEliminarUn saludo.
En mi opinión esta pianista fue una notable intérprete de Mozart y de Schubert hace ya medio siglo, época en la que pudo ser pionera, pero me parece que hoy ha quedado muy superada: su Schubert suena hoy un poco de juguete, bonito pero sin apenas hondura.
EliminarHola,
ResponderEliminarCoincido con usted plenamente. Para mí ha sido decepcionante la concepción de este gran pianista sobre estas dos obras. En una audición ciega no hubiera apostado porque el intérprete era Krystian Zimerman. Lo que hace en el andantino de la D959 no me gusta nada. Una pena, según mis preferencias. En la D960 tampoco creo que aporte nada nuevo. Escuché a Javier Perianes su interpretación en el Patio de los Arrayanes este verano y me quedo con su versión en disco de la obra. Y para el disco con Brendel y Arrau, sin olvidar la de Richter, única.
Me quedaré con Kempff, entonces.¿Qué opinión le merece la integral de Schiff?
ResponderEliminarGracias.
Rafa:
EliminarO no conoces otras grabaciones o discrepamos mucho. Para mi gusto el ciclo de Kempff tiene unos altibajos tremendos; hay algunas absolutamente indefendibles, como la D 845, la D 840, D 568 y 575. Concretamente la D 960 es una de las mejores, si no la mejor de su serie, no así la D 959. András Schiff, también bastante variable, dista en general del nivel de Richter, de Leonskaja, de Barenboim o de Brendel (por hablar de los pianistas que tienen grabadas todas o casi las Sonatas de Schubert).
Anda,pensaba que Kempff era intocable... Me encanta el Schubert ciclópeo y visionario de Richter, y el más idiomático de Brendel,y el del siempre sublime Arrau...
ResponderEliminarGracias por las sugerencias (ya leí la tabla comparativa de arriba).
Un saludo.
Para mí nadie es intocable. Ni yo, claro está.
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