97 años y un abismo
estilístico distancian estas dos óperas que ahora reedita Sony a bajo precio,
dos de las más destacadas entre las compuestas por compositores sudamericanos.
Estrenada en La Scala de Milán el año 1870 con gran éxito, sorprenden hoy los
elogios que Verdi, el Verdi maduro que al año siguiente estrenaría Aida, dedicó a Il Guarany, que ha caído, comprensible e irremisiblemente, en casi
completo olvido. El brasileño Antônio Carlos Gomes (1836-1896), que completó su
formación en Milán, donde residió gran parte de su vida, se empapó de los rasgos
de la ópera italiana y dio forma a esta composición, basada en la novela O Guarany (1857) de su compatriota José
de Alencar. Por supuesto, el libreto que Gomes solicitó a Antonio Scalvini
debía estar en italiano (práctica que, sin ir más lejos, siguieron varios de
las operistas españoles de aquellos años). No cabe duda de que Il Guarany -que mira hacia Donizetti y,
más aún, hacia Verdi con escaso disimulo- es un producto bien acabado, muy
hábil, truculento, efectista y bastante bien instrumentado. Pero llama la
atención que Verdi no apreciase la falta de verdadera inspiración y de la
veracidad y la fuerza interior que él supo siempre imprimir a sus obras. Apenas
hallamos en esta ópera auténticos destellos de personalidad y sinceridad,
mientras que el resto es rutina y no se libra de páginas bastante vulgares,
sobre todo algunos de sus coros.
La grabación ahora reeditada,
a precio mucho más bajo que antes pero ya sin el texto cantado, es la única del
mercado y fue registrada en la Ópera de la Ciudad de Bonn en junio de 1994. Su
nivel interpretativo es muy alto, hasta el punto de que parece difícil que
vuelva a grabarse en tan buenas condiciones (e incluso que vuelva a grabarse).
La batuta de John Neschling se la tomó muy en serio y, aunque no fuese capaz de
dotarla de verdadero fuego, la sirve con gran competencia al frente de
conjuntos coral y orquestal más bien modestos, los de la ciudad natal de
Beethoven. Lo realmente extraordinario es el elenco, muy atinado incluso en los
papeles menos importantes, como por ejemplo, el Cacico del sobresaliente bajo
Boris Martinovich. Los tres principales protagonistas están estupendamente
servidos, incluso el de Cecilia, a cargo de una Verónica Villarroel que, pese a
su voz ligeramente ácida en el agudo, se entrega al personaje con gran
intensidad e impecable buen gusto. Plácido es, una vez más, un ciclón, que hace
como Pery otro tanto, con una credibilidad y un arrojo desarmantes; aún se
hallaba muy bien de voz como tenor. Y apenas desmerece frente a él un joven
Carlos Álvarez, que canta con nobleza y hermosísima voz encarnando el rol de
Gonzales. La toma de sonido es más que buena.
Estrenada en Washington DC el
19 de mayo de 1967, Bomarzo es sin
duda una de las mejores óperas en español de la historia, y probablemente la
cima del género en en el continente sudamericano. El importante compositor argentino
Alberto Ginastera (1916-1983) logró que el libreto fuese redactado por Manuel
Mujica Láinez, el autor de la novela del mismo título (1962) en la que se
inspira. Aunque quizá no esté entre las más leídas, me parece que es una de las
mejores novelas en lengua española de todo el siglo XX. Del mismo modo que la
música de Faust de Gounod claramente no sintoniza con el Faust de Goethe, creo que Bomarzo
de Ginastera sí lo hace con la novela
de Mujica Láinez, reproduciendo con acierto la misteriosa, opresiva, lúgubre atmósfera
de las intrigas y crueldades políticas y cortesanas en la Florencia y la Roma
del siglo XVI. El lenguaje de la ópera, moderno e incluso vanguardista, recurre
a la escritura serial, al empleo de microtonos, de clusters y hasta a la aleatoriedad. Las partes habladas son,
también con acierto, frecuentes. Es una vergüenza que hasta ahora no se haya
estrenado en España; lo hará por fin el Teatro Real en abril de 2017.
La presente versión de Sony, al
parecer única, fue registrada en estudio dos semanas después de su estreno, y aunque
no cuenta con voces estelares, está muy cuidada en todos los aspectos y creo
que es muy convincente; el mayor mérito corresponde, sin duda, al director
austriaco-estadounidense Julius Rudel (1944-2014), asiduo colaborador de la gran
soprano Beverly Sills (he oído decir que fueron pareja estable, pero no estoy
seguro de que sea cierto) y que estuvo a cargo del estreno; un director tal vez
no suficientemente reconocido (ahí está su sensacional dirección de Manon con Sills, Gedda y Souzay).
Consigue que la notable Orquesta de la Opera Society de Washington DC y demás
elementos recreen un ambiente muy rico en sugerencias y que las voces -ninguna
estelar- estén todas muy en su sitio, dando como resultado un logro compacto.
No solo las voces solistas protagonistas y las partes más breves, sino incluso
los niños con papeles hablados o el cantado del Niño pastor (David Prather) resultan
muy satisfactorios. Menciones especiales para la soprano española Isabel
Penagos como Julia y para el tenor mexicano Salvador Novoa como Pier Francesco
Orsini. La grabación es técnicamente notable. El único pero de estas dos ediciones es la ausencia de libreto -excusable en
principio por tratarse de álbumes de bajo precio- pero que impedirá al oyente
medio seguir al detalle dos títulos tan infrecuentes.
Ayer asistí al ensayo general de Bomarzo, y la obra me encantó. Los cantantes muy bien, y entregados, sobre todo el protagonista. Orquesta muy nutrida y con gran variedad instrumental, que explica el colorido deslumbrante de la instrumentación. La música mezcla un poco todo, y se podría calificar de sincrética: serialismo, citas explícitas (Dies Irae, por ejemplo), pasajes impresionistas, etc. Pero en conjunto resulta moderna, funcional y muy atractiva. El libreto es quizás un punto reiterativo y confuso. Básicamente se trata de los recuerdos del duque de Bomarzo en el momento de su muerte, que repasa su horrible vida entre ataques de angustia y locura, por los remordimientos y su mala suerte (nace jorobado). Los monólogos febriles se suceden, separados por interludios y escenas de conjunto que presentan "episodios" de su vida recordados de manera un tanto fragmentaria y difusa. Me recordó en algún momento, no sé por qué, a la Muerte en Venecia de Britten. Bomarzo está cantada en español.
ResponderEliminarLa escena de la producción del Real no me gustó, pues no "se explica" bien, es demasiado abstracta y poco evocativa, y no sirve de apoyo al texto, no lo ayuda. Esta ópera incluye buen número de interludios musicales oníricos, que se resuelven visualmente con danzas, conjuntos y cambios de escenario, no siempre logrados. En la monotonía de los monólogos la fea escenografía no nos transporta a la época, ni refuerza la angustia del personaje.