miércoles, 29 de julio de 2020

"Ernani" de Verdi y "Francesca" de Zandonai desde el Met


Giordani, Meade, Furlanetto, Hvorostovsky

Ernani (1844) es, con diferencia, la mejor ópera de Verdi de las nueve anteriores a Macbeth (1847). Se representa menos de lo que merece a causa de que exige cuatro voces de primer orden: dramáticas, resistentes, verdianas en todo el sentido que se suele asociar a este adjetivo. Deben además dominr el estilo belcantista y aguantar un drama, una tragedia que apnas les deja descansar. El Metropolitan neoyorkino ha transmitido una función de 2012 en la que se ha hecho casi todo lo que era posible para reunir un reparto capaz. Se consiguió en parte, pero en mi opinión falló sobre todo por el papel titular, pues el tenor Marcello Giordani (1963-2019) no poseía las cualidades mínimas necesarias, sobre todo por carencias técnicas, ya que la voz, más lírica de lo necesario, era de considerable calidad tímbrica. Pero lo tres restantes protagonistas dieron, o casi, la talla exigible. En primer lugar la intérprete de Elvira, la soprano Angela Meade, lírica ancha con metal y buenos agudos, e incluso con notable agilidad (solo los trinos me gustaron algo menos). ¿Quién decía que no hay ningún tipo de voces verdianas? Sopranos, desde luego, no faltan: Netrebko y Harteros encabezan una lista de en torno a una decena de nombres como mínimo muy competentes. 

Carlo lo encarnó el también malogrado Dmitri Hvorostovsky (1962-2017), un barítono más lírico que dramático, pero que, tras una entrada algo débil, se sobrepone en muchos momentos clave de la ópera, con un legato particularmente admirable; en el debe, algunos sonidos engolados o poco canónicos. E impresionante Ferruccio Furlanetto como Silva: pese a su edad (63) en muy buena forma, con un timbre negro ideal para este siniestro personaje y, como casi siempre, un intérprete excepcional. 

Correcta la batuta de Marco Armiliato, que empezó algo distante, pero llegó a alcanzar instantes de bastante temperatura; en cualquier caso, es una ópera que merece un gran director, capaz de crear un ambiente oscuro y torvo y de generar gran potencia trágica. Irreprochable la escena, tradicional, de Pier Luigi Samaritani.

Westbroek y poco más

Estrenada en Turín en 1914, Francesca da Rimini es, junto a Giulietta e Romeo (1922), la única ópera de las trece compuestas por Riccardo Zandonai (1883-1944) que de vez en cuando sube a los escenarios. Pese a que la historia, de D’Annunzio basada en la Divina Comedia, es muy golosa, solo puede verse representada de vez en cuando, y ello ha ocurrido gracias a que ha sido vehículo de lucimiento para algunos famosos cantantes: Renata Scotto, Magda Olivero o Raina Kabaivanska entre las Francescas y Mario del Monaco o Plácido Domingo entre los Paolos; porque son dos papeles extremadamente difíciles, sobre todo por su tirante tesitura. En mi opinión, esta ópera del principal discípulo de Mascagni es una prueba más del agotamiento en las primeras décadas del siglo XX de la hasta entonces ilustre escuela operística italiana, período del que solo se salva como verdaderamente grande Giacomo Puccini, estrictamente en el primer cuarto de la centuria. Será difícil recordar una sola melodía realmente inspirada de esta ópera totalmente tradicional, aunque con veleidades un tanto impresionistas (se salva en parte el dúo de los dos protagonistas en el acto III), con mucho más ruido que nueces. Un lustro posterior a Elektra, está situada cronológicamente tras Der Rosenkavalier, Die Brautwahl de Busoni y La vida breve por un lado, y poco antes de Le Rossignol de Stravinsky Ariadne auf Naxos. Lo más salvable de Zandonai puede que sea su refinada paleta orquestal. 

La versión de 2013 en el Met contó con una protagonista en su mejor momento: la soprano cuasi dramática holandesa Eva-Maria Westbroek (n. 1970), que supera airosamente las grandes dificultades de su parte y saca de ella el mayor provecho. No puede decirse lo mismo de Marcello Giordani, irregular y a menudo desgañitado. Tampoco el rudo barítono Mark Delavan puede salvar el papel de Gianciotto. El tenor Robert Brubaker aborda el breve y difícil rol del resentido Malatestino con escaso acierto. El nivel en los papeles secundarios es desigual. Marco Armiliato hizo esforzadamente lo que pudo con esta partitura de la que no parece posible extraer gran cosa. Los muy bonitos decorados son lo más relevante de la escena a cargo del actor y director cinematográfico Piero Faggioni. 

6 comentarios:

  1. Un aparte:
    Hay una quinta de Nielsen de Barbirolli.
    https://manfredwanders.blogspot.com/2020/07/nielsen-symphony-no-5-barbirolli.html
    Como comentario personal me impresiona cómo aborda el final que es un coro "trinomial" casi irresoluble para ser escuchado por separado y conjuntamente. ¡Esos alaridos de las trompas!

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  2. Más sobre Radio Clásica: ayer o anteayer pusieron en "Vistas al mar" la pieza "Liebesleid" de Fritz Kreisler. La pronunciaron como "Liebeslied" ('Libeslid') y la tradujeron como se traduce esta palabra, "Canción de amor". Pero "Liebesleid" significa algo bien distinto: "Pena de amor". Lo peor es cuando se cree conocer un lengua...

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    1. Normalmente escucho Radio Clásica no más de media hora al día, pero raro es que no les escuche algún gazapo en cada ocasión.

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    2. La palabra compuesta Liebesleid se pronuncia LIBESLAID. Así como Gieseking o Siemens se pronuncian GISEKING y SIMENS. Y Kreisler y Kleiber como KRAISLER y KLAIBER (o KRAISLA y KLAIBA, según regiones).

      Lo grave de éstos señores no sería tanto la pronunciación de palabras extranjeras, sino todos los errores musicales que puedan difundir. Para tilinguería están los mequetrefes "periodistas" argentinos que dicen Beijing en vez de Pekín; o pronuncian "Nitzsch" en vez de NITZSCHE, para referirse a Nietzsche.

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    3. Y Guet o Goethe, y Gérman Ges por Hermann Hesse, etc.

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    4. Exacto, Ángel. Me molesta muchísimo la actitud de estos tilingos.

      En cuanto a Gieseking, arriba escribí a medias su pronunciación. La forma correcta de pronunciarlo es GUISEKING o GUÍSEKING.

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