Hace diez años escribí este trabajo sobre uno de mis compositores predilectos, Richard Strauss, que acabo de releer y que tal vez a algunos de los lectores de este blog les pueda interesar leer. Lo publicaré por entregas, como se hacía antiguamente con muchas novelas.
La larguísima trayectoria vital (1864-1949) y musical de Richard Strauss no fue vista de modo invariable por sus contemporáneos, sino que pasó por etapas en las que fue valorado de modo muy diverso.
Ya en 1888, con sólo 24 años, su poema sinfónico Don Juan le granjeó un amplio, inmediato e imponente reconocimiento como compositor de primer orden, y no sólo en Alemania. Las numerosas obras orquestales que siguieron afianzaron su reputación como uno de los más indiscutibles creadores de su época. A ésa se sumó la que muy pronto alcanzó como director de orquesta “nato”.
En plenitud absoluta, sumó en 1905, con Salomé, el mérito de añadir a su producción una ópera genial, que provocó escándalo por el atrevimiento de su libreto y la modernidad de su lenguaje musical. Electra, de 1909, le consagró como un avanzado en su tiempo. A partir de 1911 dio en apariencia marcha atrás en esa “peligrosa” dirección vanguardista con El caballero de la rosa, reconocida en todo caso como una obra maestra indiscutible. Tras otras dos óperas muy admiradas, Ariadna en Naxos (1912, rev. 1916) y La mujer sin sombra (1919), Strauss empezó a ser visto como un creador en declive y cada vez más “conservador”.
Sin embargo, cuando muchos empezaban a juzgarlo con respeto, sí, pero como un anacronismo viviente, aún estaba por venir un tiempo, el de sus últimos años, en los que reverdeció su inspiración, alumbrando obras de apariencia sencilla, pero “esenciales”, casi austeras, tan excelsas –aunque menos populares– como la ópera Capriccio (1941), Metamorfosis para cuerda (1945), el Concierto para oboe (1945-48) o las Cuatro Últimas Canciones (1948), culminadas a la edad de 84 años.
En definitiva, pese a que la musicología que tiene como valor supremo la modernidad, la innovación, lo ha mirado a veces “por encima del hombro”, olvidando que fue también un gran innovador, Strauss ha sido indudablemente uno de los grandes nombres de la música en la última década del XIX, en las dos primeras y en la quinta década del XX. No es poco decir. Además, al menos una veintena de obras suyas están –y de seguro estarán– firmemente afianzadas en el repertorio de las orquestas y de los teatros de ópera, por no hablar de las numerosas canciones de Strauss que ocupan un lugar insustituible en el repertorio de los cantantes de lied.
Cuando el 11 de junio de 1864 nacía en Múnich Richard Strauss hacía ocho años que había muerto Schumann y sólo un mes Meyerbeer. Aún le quedaban cinco años de vida a Berlioz, once a Bizet y diecinueve a Wagner. Éste no había estrenado aún Tristán e Isolda, ni Bruckner había compuesto su Primera Sinfonía, y faltaban trece largos años para que Brahms concluyera la primera de las suyas.
Desde entonces y hasta el año de la muerte de Strauss, 1949, parecería haber transcurrido casi una eternidad: Henze, Boulez, Berio y Nono estaban componiendo sus primeras obras y Pierre Schaeffer sentaba las bases de la música electrónica y concreta: esos ochenta y cinco años de su dilatada existencia habían conocido, pues, una constante y profunda evolución artística, impulsada por varias generaciones de músicos innovadores.
Primeros años
Richard Strauss, cuya casa natal ha desaparecido para dejar lugar a unos grandes almacenes, era el primer hijo de Josephine Pschorr, perteneciente a una conocida familia de cerveceros muniqueses, y de Franz Joseph Strauss, casado con ella en segundas nupcias. Si la madre era persona culta y pianista aficionada, el padre estaba considerado uno de los mejores instrumentistas de trompa de su tiempo: el gran director de orquesta Hans von Bülow lo llamaba “el Joachim de la trompa”, en referencia al insigne violinista Joseph Joachim. Tan obstinado partidario de los músicos “clásicos” como recalcitrante detractor de los “modernos”, con Wagner como blanco preferido de su animadversión, Franz educó a su hijo en esa actitud. Sin embargo, en una ocasión, Wagner, bajo cuya dirección había tocado Franz Strauss más de una vez, le dijo: “Después de todo pienso, Strauss, que no será usted tan antiwagneriano como se dice, pues interpreta demasiado bien mi música”.
Richard Strauss pasó su niñez rodeado de música, y no sólo por lo que atañe a sus padres, sino también por varios otros familiares músicos y cantantes. Ya a los cuatro años, su madre y un colega de su padre le iniciaron en el piano, y a los siete comenzó a practicar el violín con su tío Benno Walter. A esa edad, cuando aún no sabía leer, ya compuso alguna pieza para piano, canciones y otras páginas. En las veladas caseras de música de cámara que tenían lugar con sus parientes Richard empezó a participar desde bien pequeño. Sin ser un “niño prodigio”, tuvo un enorme talento para asimilar con rapidez toda la teoría del saber musical.
Pronto conoció bastante bien a sus músicos predilectos: Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert y Mendelssohn. Más tarde ampliaría sus gustos con Schumann, Chopin y Brahms, para llegar finalmente a la comprensión de Berlioz, Liszt y Wagner.
Antes de cumplir los 17 años, el 30 de marzo de 1881, el célebre Hermann Levi dirigió el estreno de su Sinfonía en Re menor, obra de la que más tarde Strauss renegaría. En otoño de 1882 asistió en la Universidad de su ciudad natal a cursos de filosofía, estética e historia del arte. En diciembre viajó a Viena para interpretar al piano, junto a su tío Benno, la versión para violín y piano de su recién compuesto Concierto para violín, op. 8. El célebre crítico musical Eduard Hanslick vio en él “un talento poco común”. Por esas fechas, Franz Wüllner interpretó, al frente de la Orquesta de Dresde, su Serenata op. 7, y dos años más tarde, la Filarmónica de Nueva York y Theodore Thomas daban a conocer su Sinfonía en Fa mayor, op. 12. Tal vez ningún otro compositor de su tiempo tuvo unos comienzos tan prometedores.
Apenas cumplidos los veinte años, Strauss hubo de dirigir, a instancias de Bülow y sin ensayos, su Suite op. 4. Tras la ejecución, el célebre maestro declaró: “Es un director de orquesta nato”. De esta inesperada forma descubrió Strauss estas otras dotes, faceta en la que se manifestaría como artista consumado a lo largo de toda su vida, dirigiendo música propia y ajena. Por recomendación de Bülow fue nombrado en 1885 asistente suyo en la entonces famosa Orquesta de Meiningen.
Desde aquí proclamo mi profundo amor a la música de Richard Strauss. Para mí es el mejor orquestador de la historia de la música. Ojalá comentes algún día ese disco de música coral a cappella que te mencioné.
ResponderEliminarSi mal no me falla la memoria, creo que Strauss dijo tras crear la increíble Sinfonía Alpina: "Aprendí a orquestar."
EliminarSí, creo que fue entonces cuando dijo algo así como "por fin he aprendido a orquestar". En mi opinión, ya había aprendido mucho antes (¡Don Juan, Zaratustra!...)
Eliminar¡Claro que sí!
Eliminar¿Has leído la magna biografía que le dedicó Norman del Mar?.
ResponderEliminarSé que es muy reputada, pero ¿está en español? Tengo las de Otto Erhardt y Walter Panofsky.
EliminarNo, inglés.
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