Argerich, un poco versus Barenboim
Tras el largo paréntesis por su enfermedad, la primera reaparición en la que he podido escuchar (y ver) a Daniel Barenboim, después de la no divulgada Novena Sinfonía de Beethoven del 31 de diciembre y el 1 de enero, ha sido su concierto con la Filarmónica de Berlín del 7 de enero, que hemos podido presenciar en directo los abonados a Digital Concert Hall. Al salir al escenario Martha Argerich y él, la acogida ha sido calurosísima: se palpaba la emoción por poder ver y escuchar al más grande músico viviente, al que muchos creían -creíamos- callado para siempre.
El Concierto para piano de Schumann se lo conocíamos tanto a ella en varias ocasiones como a él, tocando -en disco con Fischer-Dieskau a la batuta de la Filarmónica de Londres, y en CD y DVD a la de Múnich Celibidache- y dirigiendo a Michelangeli con la Orquesta de París allá por 1984 (CD de DG). Yo también so lo escuché dirigiendo en Madrid con la Staatskapelle Berlin al llorado Radu Lupu. Pues bien, ayer (día 7) por la tarde quedó bien claro que, pese a su gran amistad, Argerich y Barenboim no siempre se entienden del todo musicalmente. Ella tiene en Schumann al autor que, quizá, mejor ha interpretado. Y ayer hubo, además de un sonido ideal para este compositor y de una ejecución pulquérrima, multitud de frases maravillosas por su poesía. Pero el tempo más bien calmado que el director quería imponer se veía en ciertos momentos desmentido por algún tironcito de la solista, que se desbocaba un poco: no se la veía del todo cómoda con lo que quería la batuta. Aun así, los dos primeros movimientos fueron globalmente una maravilla -salvo algún acelerón en la cadenza-, pero en el tercero las discrepancias se hicieron más evidentes. Aunque hay quien sostiene que las diferencias de concepto entre un solista y un director en un Concierto son un elemento a favor de la música, que le proporcionan cierto morbo, yo no estoy muy de acuerdo: el pleno entendimiento entre ambos me parece más fructífero y más coherente para los resultados musicales. Barenboim, que dirigió sentado y con una gran economía de movimientos, ¡y sin partitura! (algo, como se sabe, poco frecuente cuando hay un solista), controló a la orquesta por completo, logrando unos tutti cálidos y apasionados y haciendo mucha música de cámara. Fue, pese a las diferencias entre ambas partes, una interpretación de carácter más intimista de lo habitual, con muchas frases contenidamente en piano de excepcional belleza y emotividad. Un detalle: el clarinete principal, un joven cuya cara no me sonaba, tocaba muy bien, pero tan tímidamente que casi no se le oía; probablemente ha tocado poco en orquesta y no calibraba bien el escaso volumen de su sonido en comparación con el de sus compañeros, por ejemplo el oboe del excelente Albrecht Mayer.
Ofrecieron de propina, a cuatro manos, El maridito, la mujercita, de Juegos de niños de Bizet. No muy limpiamente, pero ¡qué importa! Daba gusto ver a Barenboim volver al teclado, aunque inseguro.
Excelso Brahms
Allá por 1994 Barenboim grabó el ciclo sinfónico brahmsiano con la Sinfónica de Chicago, para Erato. A pesar de que había por entonces hecho numerosos Brahms memorables -sobre todo al piano- la Segunda Sinfonía de ese ciclo, intachable, resultaba poco personal, un poco neutra. Varios años antes yo le había escuchado por radio una con la Filarmónica de Berlín claramente más lograda. Pero en el segundo ciclo discográfico, con la Staatskapelle Berlin (DG 2018), Barenboim se sacó la espinita. Y otro tanto ocurrió en la versión filmada del ciclo en Buenos Aires, con la misma orquesta, también de ese año (DVD Arthaus). Una y otra -bastante similares- fueron versiones abiertamente dramáticas en su primer movimiento -más que pastorales al modo de Bruno Walter, de Barbirolli o de Giulini- y amargas en el segundo: en uno y otro caso me recuerdan no poco a la grabación de Furtwängler con la Filarmónica de Berlín (EMI 1952), más radical aún. En cualquier caso, como ese enfoque me parece no el único posible pero sí plenamente justificado, no entiendo cómo un perspicaz pero en ocasiones imprevisible crítico, gran admirador de Barenboim, descalificaba tajantemente esa visión del movimiento inicial.
En cualquier caso, lo que Barenboim hizo ayer fue bastante distinto: ese “Allegro non troppo” no careció, ni mucho menos, de empuje y tensión, pero su tempo fue más amplio y hubo en él mayor cantabilidad. Vamos, una completa maravilla, que de algún modo sintetizó la concepción de dos de los directores que para mi gusto mejor han hecho esta Sinfonía: Bernstein y Giulini. Mención especial al trompa Stefan Dohr. El “Adagio non troppo” siguió en la misma línea: calmoso, con frecuentes claroscuros, en los que cupieron lo doliente un tanto escarpado y su aceptación. El “Allegretto grazioso (quasi andantino)” fue un modelo de cómo a un breve episodio a modo de intermedio se le puede sacar el mayor partido. Y sencillamente glorioso el finale, “Allegro con spirito”, que engrandeció hasta lo nunca escuchado: coda optimista, radiante, pero no -como tantas veces- gritona, exhibicionista. En suma, lejos de la decadencia musical que algunos le adjudican últimamente, Barenboim logró ayer la interpretación más bella y emotiva que hoy puede escucharse. Yo, por mi parte, puedo decir que no conozco una sola versión en disco que me haya gustado tantísimo.
Más delgado y caminando con prudente lentitud, ayer Barenboim tenía mejor aspecto que el verano pasado y se hallaba feliz con la interminable y fervorosa ovación que el público, todo él en pie, le dedicó.
Estoy en este momento con el primer movimiento de la II de Brahms de este concierto por usted citado. ¡Impresionante como pocos! Totalmente de acuerdo con el desencuentro de tempi del Schumann y opino igualmente que el criterio de concierto debe ser unívoco.
ResponderEliminarPero, en lineas generales, un enorme placer escuchar/ver este evento que espero lo dejen publicado en el sitio del Digital Concert Hall.
La segunda es mi sinfonía de Brahms preferida. A las que mencionas por Bernstein y Giulini añadiría la de Solti, como mis referencias. La de Barenboim de anoche me gustó aún más. Creo que la mayoría del público estuvo de acuerdo en que fue un concierto fuera lo habitual.
ResponderEliminarIgnacio: hace mucho tiempo que no escucho la de Solti. Voy a refrescarla.
EliminarLlevas razón en que es una de las versiones de veras importantes. Además, me encanta que Solti haga la repetición del primer movimiento, que rara vez se hace.
EliminarAhora bien, creo que la toma de sonido -que no es mala, pero algo por debajo de lo esperable- está necesitada de un reprocesado.
Me alegro de coincidir contigo sobre la interpretación. Cierto, el sonido es mejorable.
EliminarA mí también me pareció esa Segunda Sinfonía de Brahms una interpretación realmente excepcional, también los dos primeros movimientos. Pero creo que lo que más me asombró fue el cuarto movimiento. El tempo era comparativamente lento, nada que ver con la explosión de energía que habitualmente se espera en ese pasaje. Pero eso no le llevó a Barenboim a perder impulso, ni tensión, ni un sentido unitario que llevara de manera evidente hacia el final. Para entendernos, era como si tomara el tipo de concepción que esperaríamos del Klemperer tardío, pero sin el “distanciamiento” ni la falta de calidez que algunos perciben en el ciclo Brahms de Klemperer. En fin, asombroso.
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