La cadena de televisión Medici ha emitido recientemente las Sonatas
completas de Schubert interpretadas por Daniel Barenboim (en su nuevo piano)
en marzo de 2017, en cuatro sesiones que tuvieron lugar en la Sala Pierre
Boulez de Berlín. Me las ha pasado un buen amigo y las he descargado y volcado
en 4 DVDs. Suenan y se ven que da
gloria. Pero lo que más gloria da es disfrutar de estas obras maravillosas (¡cada
vez me gustan más!) tocadas de modo tan excelso. Retomo con tal motivo los
comentarios que escribí cuando salió la grabación en audio de DG (2014) y a
continuación los apuntes tras escuchar por primera vez las filmaciones.
Las Sonatas para piano completas de Franz Schubert por
Daniel Barenboim
I. Las obras
Digo “completas”, pero no
quiero decir “todas”, sino las completadas por Schubert; es decir once, quedando
fuera los numerosos fragmentos de Sonatas que el compositor nos dejó. A decir
verdad, la única obra importante que no aparece en este álbum de 5 CDs es la Sonata en Do mayor, D 840 “Reliquia”
(1825), cuyos dos movimientos (Moderato
y Andante) quizá formen una unidad
tan sólida, o casi, como los dos de la famosa Sinfonía “Inacabada” (Sonata que, por cierto, Barenboim
grabó, también para D.G., en octubre de 1977, junto a la última, D 960).
Dos cosas que me han llamado
de inmediato la atención al escuchar este álbum: la fenomenal toma de sonido,
llevada a cabo en los famosos Estudios Teldex de Berlín, donde lo mismo piano
solo que conjuntos de cámara, orquesta u ópera han sido registrados con una
calidad casi siempre extraordinaria. Hay que incidir en esto, porque el piano sigue siendo un instrumento difícil de
grabar, y ya nos gustaría que siempre saliera así de bien. (Figura como producer el legendario Friedemann
Engelbrecht, y Julian Schwenkner como recording
engineer).
Y la segunda cosa, mucho más
importante, es que a sus 71 años Barenboim sigue en plena forma para tocar su
instrumento, al menos en estas obras, que sin requerir lo que entendemos por un
“virtuoso”, no son precisamente fáciles de tocar. Pues bien, la ejecución es
siempre limpísima y el sonido, inconfundiblemente suyo, es a la vez Schubert
puro, de una belleza extraordinaria y capaz de una gama dinámica enorme
diversificada en mil estratos, así como de una excepcional riqueza de matices
en la pulsación.
Esto es lo que me ha llamado
la atención; lo que me la ha llamado menos es el éxito final de esta tan ardua
empresa, porque confiaba en la sabiduría y en la madurez del pianista. Con
todo, ha superado mis expectativas. Porque son obras que, al menos en público,
Barenboim había tocado relativamente poco, salvo en los últimos meses. Y
estamos hablando de parte de la literatura más difícil de interpretar de todo el repertorio, mucho más comprometida que las
piezas breves (Impromptus, Momentos musicales, etc.) de su autor.
Así lo han admitido muchos grandes pianistas, Claudio Arrau por ejemplo. Y a la
vista está, a juzgar por los resultados en buena parte de la discografía, y en
el hecho de que la mayor parte de los pianistas importantes no le han hincado
el diente a estas obras: muchos tienen una sonata grabada, o ninguna; rara vez
varias. Y no es esa atención, de ninguna manera, la que estas magníficas obras
reclaman.
Barenboim posee la
experiencia y el genio para hacerles frente, y la verdad es que parece haberse
tomado la empresa muy en serio. La experiencia le viene sobre todo de su
larguísima convivencia con la música de Beethoven, el compositor idolatrado por
Schubert, pero al que supo resistirse
como creador. Es decir: opino que dominar la música de Beethoven es muy
conveniente, pero a la vez que no debe abordarse a Schubert como una
prolongación de aquél, pues la personalidad del autor de Rosamunda es muy fuerte, inconfundible, muy diferente de la de su
antecesor. En el caso de estas obras, el conocimiento a fondo de la sonata
clásica es fundamental, pero teniendo bien presente que Schubert no siempre
aplica la forma según las reglas heredadas, sino de modo muy personal, y
apasionante por cierto. (Estas Sonatas “inauguran un mundo nuevo y permiten
formarse una idea de lo que significa realmente el Romanticismo en la música:
una original interacción de conmovedoras melodías, riqueza armónica y concisión
rítmica que no se ve constreñida por formas excesivamente estrictas, sino que
se encuentra sostenida, sin embargo, por una extraordinaria sensibilidad
tímbrica y una expresividad inmensa y esencialmente omnipresente”, escribe
Detlef Giese).
El tan característico
humanismo schubertiano, su dulzura, su inagotable inspiración melódica, no lo
son todo en su música. Sus procedimientos son muy suyos y a las abundantes
repeticiones temáticas que propone no es fácil (como le pasa a Bruckner)
hacerles justicia, comunicarles toda la debida variedad de acentos y expresión.
Es pasmoso cómo Barenboim ha sabido mostrar la consistencia y la lógica de tan
peculiares procedimientos estructurales y también hacer frente al problema de
esas numerosas repeticiones. Como decía el padre Sopeña, “si se le interpreta
bien, esas repeticiones, tan fatigosas en otros compositores, son en Schubert
bienvenidas una y otra vez, nunca cansan: es algo realmente misterioso” (cito
de memoria lo que le oí decir en una conferencia).
Un último aspecto importante:
tocando estas obras es fácil caer también en la dulzonería, para mí
especialmente odiosa. Dulzura y dulzonería o blandura son cosas muy distintas.
Además hay pianistas a los que parece darles
miedo emplearse a fondo en la tragedia personal de Schubert, mucho más
omnipresente de lo que muchos piensan (sigue pesando mucho el viejo prejuicio
de que Schubert es sólo delicioso, encantador). Sviatoslav Richter fue quizá el
primer pianista grande que se libró por completo de este temor; el reputado
Alfred Brendel no siempre supo hacerlo (en contra incluso, a veces, de lo que
él mismo decía sobre la música: una cosa es explicarlo bien con palabras, como
él hacía, y otra bien distinta llevarlo a la práctica tocando). Pues bien,
Barenboim lo aplica sin rodeos en, al menos, algunos momentos de todas estas
obras: él ha dicho en alguna ocasión que en la música de Schubert se dan a
menudo la mano la sonrisa y el dolor. Él lo pone en práctica con todas las
consecuencias, si bien es cierto que en ciertas sonatas predomina abiertamente
ese último. Aunque paso a detallar algunos rasgos de la interpretación de cada
sonata, lo que me parece fuera de toda duda es que el de Buenos Aires ha
sentado cátedra en este ciclo, y yo diría que –para mi asombro– no menos que en
sus cuatro grabaciones de las 32 Sonatas de Beethoven.
II. Las interpretaciones
De las tres primeras Sonatas,
las tres de 1817, evidentemente las menos geniales de la producción de su
autor, sólo la primera, en La menor, D 537, quizá la más
interesante de estas tres, ha recibido la atención de varios grandes pianistas.
Por ejemplo, Michelangeli la grabó para D.G. en 1981, y ese mismo año la
incluyó en un recital que EuroArts ha publicado en DVD. Versiones, por cierto,
admirables, magistrales aunque un poquito frías y rígidas. Más aún me gusta la
de András Schiff (Decca 1994), quizá la más lograda de su serie. Pero Barenboim
la lleva al punto más alto, destacando la excepcional delicadeza y sensibilidad
en el episodio final del Allegretto quasi
andantino, y en el sutil juego de luces y sombras que pueblan el Allegro vivace. (10)
La Sonata en Mi bemol mayor D 568
es acaso la obra más delicada de la colección. Quizá es Elisabeth Leonskaja
(Teldec 1994) la que más había destacado en ella. También Barenboim se alza por
encima de sus colegas gracias a la ternura y el encanto de que dota a las
partes danzables, con rubatos en extremo sutiles. El recatado e interiorizado Andante molto es inolvidable, como el
humor cambiante, con leves vaivenes agógicos, del final, Allegro moderato, que no se libra de un breve pasaje escarpado.
(10)
Aunque no pueda compararse a
las venideras, la Sonata en Si mayor, D 575, también es una obra considerable,
cuyo tema inicial parece emular a Beethoven por su dramatismo y poderío. Muy
enigmático suena en sus manos el Andante,
cuya sección central desata una inesperada violencia. Despacioso y muy cantabile el Allegro giusto final. Quizá Richter (JVC 1979) y Uchida (Philips
1999) eran quienes más me habían gustado hasta ahora. (9,5)
La Sonata en La mayor D 664
(1819) es una de las más interpretadas de su autor. El primer movimiento suele
ser amable y muy cantado (Arrau, Leonskaja, incluso Richter: excelentes los tres).
Barenboim, a contracorriente, es menos plácido, entregándose mucho más de lleno
al dramatismo de la página. Casi desde el comienzo mismo se aprecian sombras
nada tranquilizadoras, que desembocan en una sección de desarrollo muy poderosa
y apasionada, tras la que vuelve, no del todo afianzado, el consuelo. En el
severo Andante el dolor es íntimo y
conmovedor. Concediendo un valor muy hondo a las modulaciones, algunas frases
son de gran negrura, otras de abierta rebeldía. Los contrastes anímicos del Allegro final se acentúan mucho,
llegándose a momentos muy turbulentos. (9,5)
Llegamos a las obras de
madurez: esta Sonata en La menor, D 784 (1823) es una revelación: el comienzo
mismo es ya atormentado, alcanzándose pronto una explosión desesperada. La súplica
y la cólera se suceden una y otra vez. Saltos de piano a forte y a fortissimo y silencios cargados de
sentido. Con la repetición se agudizan los contrastes y la desesperación. El
desarrollo, ferozmente dramático, se diluye en amarga ternura: la lucha es
tremenda. En el Andante no se alcanza
la paz, predomina el escalofrío: la aparente calma no tarda en erizarse. Tras
ello, un vano intento de evadirse de la angustia. El finale es una explosión brutal de cólera, pero desde el infierno se
atisba varias veces el cielo. Finalmente se impone, con la mayor crudeza, el
infierno. Escuchando esta interpretación comprendemos que ni siquiera Beethoven
llegó más lejos en trágica rebeldía. (10)
Tras un comienzo
relativamente despreocupado, el clima se va enrareciendo poco a poco en el Moderato de la Sonata en La menor D 845
(1825). Pero la coda (de la que Brendel ha dicho: “el patetismo crece hasta
dimensiones apocalípticas”) no alcanza aquí el enorme tremendismo de la genial
versión de Lupu (Decca 1979). Sin embargo, en los tres movimientos siguientes
el pianista rumano no llega a tocar fondo tanto como su amigo el argentino: los
brotes dramáticos en ciertas variaciones del Andante, poco mosso van más allá; el scherzo es más sugerente, y los cambios de humor del vigoroso finale aportan una riqueza psicológica
insólita. (9,5)
En la “Gasteiner Sonate”, en Re mayor,
D 850, también de 1825, tras un enérgico –muy orquestal– y desenvuelto Allegro vivace, el extenso Con moto oscila entre la introspección y
la rebeldía; todo se desenvuelve con una
fluidez y una lógica que no hallamos en otras versiones (entre las que
encuentro acertados sobre todo a los rusos Richter –Praga 1956– y Gilels –RCA
1960– y a Leonskaja en eaSonus 2016). Recreadísimo, cantado, bailado con
sutilísimos rubatos, el scherzo, y
con constantes cambios de humor –momentos muy escarpados, otros misteriosos– el
rondó, de enigmático final. Antológica recreación. (10)
La maravillosa Sonata (o
Sonata-Fantasía) en
Sol mayor, D 894 (1826), paradigma de la infinitamente rica
personalidad schubertiana, constituye tal vez la cima interpretativa de este
álbum. El comienzo mismo conmueve por el clima creado, doliente y de un
misterioso desasosiego. El danzable segundo tema puede parecer risueño pero
está imbuido de una inefable melancolía. Con un tempo globalmente amplio, Barenboim lo modifica una y otra vez con
habilidad y sutileza extrema, reflejando un asombroso caleidoscopio de
sentimientos. La sección central desemboca en una sobresaturada angustia,
planteándose suplicantes preguntas que no hallan respuesta. Se alcanza un
aterrador clímax (10’30”: Schubert pide fff,
aunque casi ningún pianista le hace caso), tras el cual las melodías anteriores
adquieren un significado diferente. Este episodio, que en manos de Arrau,
Ashkenazy, Arrau o Leonskaja es mayormente contemplativo, se convierte aquí en
algo bien diferente. Tras el profundamente dramático segundo tema del Andante, el consuelo (o el anhelo del
mismo) resulta enternecedor. Sorprendentes, inesperados cambios de humor, una
vez más. De ensueño el trío del minueto, mecido y acariciador. Maravillosa la
flexibilidad de tempo y dinámica en
el Allegretto conclusivo, entrañable,
sonriente o melancólico, dando todo su sentido expresivo a las sorprendentes
modulaciones. (10)
Las tres últimas Sonatas, del
último año de su vida, 1828, fueron compuestas como se sabe en el increíble
lapso de un mes, ¡en el que también compuso el monumental Quinteto con dos violonchelos! La antepenúltima Sonata,
en Do menor, D 958, parece emular a Beethoven por la energía y el
dramatismo del Allegro inicial,
cualidades que Barenboim resalta con la mayor la elocuencia, sobre todo en la
turbulenta sección de desarrollo. Rematadamente pesimista el apretado Adagio, que anticipa el clima del Viaje de invierno, con un fiero, impresionante
clímax. Muy rubateado el trío del minueto. En el finale (“una cabalgada desenfrenada, aterradora por sus dimensiones
y su furia ininterrumpida”, escribe Brigitte Massin) el extremadamente flexible
juego agógico y dinámico permite alcanzar una inusitada diversidad expresiva.
De nuevo son Lupu (Decca 1982) y Leonskaja (eaSonus 2016) quienes más me habían
convencido en esta obra, seguidos de cerca por Uchida (Philips 1998). (10)
El Allegro inicial de la Sonata en La mayor D 959 suena
beethoveniano y schubertiano a la vez. Unas frases como ensoñadas van cobrando
más y más dramatismo. Los fraseos son de libertad y variedad extrema, pero
todos suenan absolutamente justificados por una lógica incontestable. La
interrogante conclusión parece mirar a la Sonata
“Tempestad” de su gran antecesor. El Andantino
pasa por ser uno de los episodios más sorprendentes de su autor a causa de su
sección central, “momento alucinante de pura improvisación, con armonías
sucesivas, que desemboca sobre un extraño diálogo de preguntas y respuestas”
(B. Massin), frases de las que Barenboim destierra el virtuosismo un tanto
vacío de varios de sus colegas, haciéndola más extraña e inquietante que nunca.
Es dudoso que en la vuelta a la sección A se alcance la paz. Sólo en el scherzo se logra, pero brevemente, pues
en el finale reaparecen aquí y allá
los más sombríos presagios. En mi opinión, sólo Leonskaja (Teldec 1993) había
hecho plena justicia a esta partitura. (10)
La última Sonata,
en Si bemol mayor, D 960, es sin duda la más transitada por los
pianistas, y en ella Richter (Eurodisc 1972), seguido de cerca por Uchida
(Philips 98) y Kissin (RCA 2004) habían dado lo mejor de sí. Lejos de la celibidachiana y genial lentitud con que
Richter desgrana el Molto moderato
inicial, Barenboim, en su tercera grabación (tras D.G. 1978 y Erato 1993) hace
por fin la repetición que alarga hasta veinte minutos el episodio. Aunque
supera sus aproximaciones anteriores (me gusta algo más la primera que la
segunda), tal vez no llega tan al fondo como en las dos Sonatas precedentes.
Huye del casi letargo de los tres pianistas citados, planteando una acusada
indefinición e incertidumbre que genera expectación y zozobra. Solventa el
mayor problema que presenta esta música, el peligro de caer en la monotonía (de
tantos) gracias a una sabia planificación de las tensiones y a dotar del mayor
sentido a los silencios y a las audaces modulaciones, en varias de las cuales
parece que por un momento nos quedamos sin suelo bajo los pies. El Andante sostenuto transmite la mayor
desazón: tras la escalofriante sección central, la repetición suena más
desolada aún. El ligero scherzo no se
libra de un trío no muy tranquilizador. Y el despreocupado y encantador finale
es sacudido bruscamente por dos ataques
de negras nubes. (9,5)
Las 11 Sonatas completas de Schubert en la Sala Pierre
Boulez de Berlín
A poco de inaugurarse la Sala
Pierre Boulez de Berlín, en marzo de este año tocó Barenboim en cuatro
recitales las once Sonatas
completadas -es decir, obviando las fragmentarias- de Schubert; o sea, las
mismas que grabó para DG en 2014. Fueron filmadas por Unitel y Medici TV (https://www.medici.tv/en/artists/daniel-barenboim/)
con una realización visual cuidadísima y capturado su sonido de modo formidable
por los mismos técnicos que hicieron los CDs de DG, es decir los fenomenales
ingenieros del Estudio Teldex de la capital alemana. La calidad de la imagen y
del sonido de esta retransmisión de Medici es, sin duda, lo mejor que he visto
y escuchado hasta la fecha de una televisión: ¡suena igual de bien que los
discos! Tiene dos enormes alicientes: el vivo
y que fueron tocadas en su nuevo piano, el de Chris Maene/Steinway que
luce el nombre "Barenboim". Su sonido es una pura maravilla, también
para estas obras; no es que haya una diferencia grande, pero para mí que suena
aún mejor que el Steinway de los discos de DG. Yo diría que se parece algo más
a los Bösendorfer que a los Steinway normales.
En cuanto a las versiones,
son ciertamente gloriosas. Las he puntuado por mi cuenta y luego he confrontado
esas puntuaciones con las que puse a los discos (comentados en este blog el 18
de septiembre de 2014) y he comprobado que se repiten casi punto por punto. Van
aquí, primero en CD y luego en público: D 537: 10 y 10; D 568: 10 y 9; D 575:
9,5 y 10; D 664: 9,5 y 9; D 784: 10 y 10; D 845: 9,5 y 9,5; D 850: 10 y 10; D
894: 10 y 10; D 958: 10 y 10; D 959: 10 y 10; D 960: 9,5 y 9,5.
Son, pues, bastante similares
en líneas generales, con una diferencia: las repeticiones de las exposiciones presentes
casi siempre en los discos han sido normalmente omitidas en público. Práctica
que es quizá lo más habitual para muchos intérpretes en sonatas y sinfonías. Hay
algo que ha llamado mucho la atención: el increíble partido que suele sacarle
al o a los dos movimientos últimos (scherzo
si lo hay, y finale). Descuidarlos un
tanto, después del peso específico, la profundidad y envergadura de los
iniciales y los lentos, es un error en el que caen a veces incluso algunos de
los más grandes intérpretes schubertianos: Richter, Brendel, Lupu o Leonskaja. Por
cierto, salvo algunas sonatas (en particular la D 960), Barenboim las había tocado antes en público muy poco o nada
en absoluto, y sin embargo aquí están ¡todas ellas tocadas sin partitura! ¡Qué
enormidad de memoria! Como dice Joaquín Achúcarro, "¡Barenboim es que es de
otro planeta!".
Quiero señalar que hay muchos
aficionados que apenas conocen estas obras. Pues bien, estamos ante el ciclo
sonatístico más relevante de la historia, solo por detrás -¡y no mucho!- del de
Beethoven. El hecho de que durante décadas, hasta prácticamente la segunda
mitad del siglo XX, hayan sido poco apreciadas se debe, creo, en buena parte a
que han sido vistas y juzgadas desde la óptica beethoveniana, y podían desde
esa óptica resultar algo desconcertantes. Al autor de Fidelio le debe aquí
bastante, pero Schubert también se aparta de él conscientemente -también en lo
estructural-, pues su personalidad es inconfundible en estas Sonatas, de las
que al menos las ocho últimas son obras maestras absolutamente capitales.
Completamente de acuerdo con el texto. Solo una pequeña pena. ¿Por qué Barenboim no ha querido grabar la sonata D. 625? Es una sonata fantástica y ya está demostrado que está completa en sus movimientos. Sólo falta la reexposición del primer movimiento, que Schubert no escribió pero que cualquier alumno de armonía podría completar facilmente transportando el tema B a la tónica.
ResponderEliminarEl propio Sviatoslav Richter (que se negaba a tocar cualquier nota/arreglo/transcripción ajena al compositor), la grabó en vivo y en estudio. Y otros muchos pianistas la han grabado también.
Aquí Richter interpretandola en Tokyo en 1979:
https://www.youtube.com/watch?v=F5cPZn0L8OY
Saludos
Como comprenderá, desconozco la razón por la cual no la ha grabado ni tocado. Pero no me parece tan grande como las ocho últimas, a partir de la D 664. Y tengo, sí, entre otras, la excelente versión de Richter.
EliminarEl anónimo de antes soy yo. Lo que comentaba en el mensaje de antes era más un deseo de que Barenboim la hubiera grabado. Evidentemente, estoy de acuerdo en que la sonata d. 625 no llega al nivel de las últimas, pero creo que sí merece la pena, como sus hermanas 537, 568 y 575. Me gusta más que éstas incluso.
ResponderEliminarUn saludo
Por otro lado, ¿sabe si van a salir en bluray o DVD?
ResponderEliminarGarcias
No lo sé; ya me gustaría. Desde luego, están filmadas y grabado el audio con tal esmero y calidad que hace pensar que podrían comercializarse en soporte físico. Pero no tengo ninguna seguridad. Ya que Barenboim tiene filmadas dos versiones de las 32 de Beethoven, estaría muy bien que se añadieran estas.
EliminarGracias, Ángel, por tus apreciaciones, que tanto sirven para reivindicar esta asombrosa música. Me permito incluir, sin ningún afán pedante, un fragmento de un texto del filósofo y musicólogo T. W. Adorno, que como siempre sucede en él es un poco oscuro (tampoco las traducciones ayudan) pero que creo que es interesante porque señala ese especial carácter de las repeticiones en las sonatas de Schubert y su esencial diferencia con respecto a los planteamientos beethovenianos:
ResponderEliminar"Sus temas son apariciones de caracteres de verdad, y la facultad del artista se limita a acertar en su imagen con el sentimiento y, una vez aparecidas, a citarlas una y otra vez. Pero ninguna cita se produce en el mismo momento, y por eso cambia el ambiente. Las formas de Schubert son formas de la invocación de lo una vez aparecido, no la transformación de lo inventado. Este apriori fundacional se ha apoderado enteramente de la sonata. En ésta, en lugar de frases evolutivas de mediación, lo que se da son modulaciones armónicas que funcionan como cambios de iluminación y que conducen a una nueva zona del paisaje, la cual conoce tan poco desarrollo como la parte anterior; aquí, en los desarrollos se renuncia a descomponer los temas en motivos a fin de extraer de sus más mínimas partes las chispas dinámicas, sino que los inmutables temas se desvelan progresivamente; aquí, como mirando hacia atrás se recuperan temas que son recorridos, pero no pasados; y sobre el todo cae como un fino velo crepitante la sonata, que envuelve los cristales crecientes para romperlos poco después."
¡Muy acertado, gran lucidez la de Adorno!
EliminarMás de radio Clásica: Esta mañana han puesto dos piezas de Clara Schumann para violín y piano, por Batiasvili y Ott, y al terminar han dicho que los intérpretes eran la vilolinista, la pianista, la orquesta Staatskapelle de Dresden y Thielemann. ¡Pero si acababan de decir que eran para violín y piano, que es para lo que son!.Sin comentarios. JGonzález.
ResponderEliminarEs legendaria la memoria de Barenboim por tocar todo sin partitura. Pero tambien por ejemplo Richter tocaba todo lo que tocaba sin partitura hasta los años 80 en que decidio olvidarse del, digamos, divismo y tocar con partitura, solo una luz y sin apenas versele a él. Queriendo que el publico se centrara mas en la musica y menos en el interprete.
ResponderEliminarSí, he visto en DVD, y presenciado en directo, a Sviatoslav Richter tocar en sus últimos años con partitura y una única luz junto al piano. Pero tocar sin partitura no creo que sea "divismo".
EliminarTambién está el hecho más pragmático de que Richter tenía en repertorio 88 programas o recitales a piano solo diferentes. Y era un pianista omnívoro de obras nuevas. Llegó un momento en que si quería ampliar ese repertorio, no le quedaba más opcion que salir con partitura.
EliminarTenía en repertorio un montón de programas diferentes; sin embargo, no hay constancia de que grabase (o al menos tocase) todas las Sonatas de Mozart, de Haydn, de Beethoven o incluso de Schubert.
EliminarDesde luego, porque en su código ético interpretativo, tenía dos premisas. No grabar o tocar obras que no le gustaran y no grabar o interpretar obras que consideraba que otro pianista tocaba de tal forma que él no tenía nada interesante que aportar. Con esa filosofía, no tocó nunca obras como la sonatas Waldstein , Claro de Luna, ni los conciertos 4 y 5 de Beethoven y así un largo etc.
EliminarUna actitud, la suya, cuando menos curiosa.
EliminarEfectivamente, una visión demasiado drástica. En el libro "Notebooks and conversations" de Bruno Monsaingeon, una transcripción de los diarios íntimos y personales de Sviatoslav Richter, el pianista soviético deja bastante claro esta postura. En contra de lo que pudiera parecer, escuchaba muchísimas grabaciones e iba anotando sus opiniones. Así, le hubiera gustado muchísimo interpretar obras como algunas sonatas de Beethoven, de Prokofiev, la sonata 2 de Chopin o el concierto nº 3 de Rachmaninov, pero después de escuchar las versiones de Gilels y Gavrilov y otros, desistió de la idea. El caso más extremo de esta "actitud" es retirar obras de su repertorio después de escuchar alguna versión que le impresionaba de tal forma, que para él ya no tenía sentido su interpretación.
EliminarKapsweiss2016
¡Tremendo esto que cuentas!
EliminarAún así, volviendo al tema de lo que sí interpretó de los compositores previamente mencionados: 22 sonatas de Beethoven, 10 de Mozart, 12 de Schubert y 20 de Haydn. He estado investigando en alguna página web que glosa su discografía. No está mal, teniendo en cuenta el filtro que se autoimponía el propio Richter.
EliminarNo. El divismo no es por tocar sin partitura. Es tocar viendosete como tocas. Y eso es lo que Richter queria evitar.
ResponderEliminarPues en ese caso, todos salvo Richter caen en el divismo.
EliminarClaro. Ahi esta el meollo de la cuestion. Que, insisto, queria evitar Richter. Algo que el mismo habia vivido toda su carrera. Pero no hay que olvidar que Richter era una persona 'especial' tan genial que probablemente se paso un poco de la cabeza....., o no, quien sabe, puede que fuera el unico coherente. Me refiero en terminos extramusicales.
ResponderEliminarAfortunadamente, cada vez más pianistas graban el ciclo completo de las sonatas de Schubert (algunos incluso las consideradas "incompletas", que ciertamente no lo son tanto). Así, en los últimos años, se han lanzado ciclos por pianistas importantes como Elizabeth Leonskaja, Vladimir Feltsman, Barry Douglas, Martin Gaudet, Martino Tirimo, Michael Endres, Llyr Williams, y un largo etc. Un ciclo de sonatas , que escuchado con atención aporta momentos maravillosos de buena música.
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